La Edad de Oro de Carmen Sevilla

Hay personas que nacen destinadas a convertirse en estrellas desde una edad temprana y Carmen Sevilla es el ejemplo más claro. María del Carmen García Galisteo, hija de un contable que le escribía canciones a Imperio Argentina. Su nombre artístico lo cogería prestado de la ciudad que le vio nacer. Con apenas 10 años, se traslada a Madrid para estudiar en la academia de baile de Laura Santelmo. Tan sólo tres años después, debutaría en los escenarios de la mano de Estrellita Castro.
Apenas habiendo cumplido la mayoría de edad, tendría su oportunidad en el mundo del cine, debutando en la gran pantalla con un papel en Serenata española. Su colaboración con Jorge Negrete, le convirtió en una estrella internacional. Éxito de taquilla en el país mexicano y en España, le catapultó a los grandes papeles protagonistas de la época. Interpretó a la divina Mari Pepa en La Revoltosa (José Díaz Morales, 1950), adaptación en cine de una de las grandes obras del género chico, junto a Tony Leblanc. Robaría los corazones de un país con el drama histórico de Violetas imperiales (Richard Poitier, 1953); Y tampoco se cortaría con Shakespeare en la versión patria de La fierecilla domada de Antonio Román en 1955.
Nuestro país parecía quedarse pequeño para un talento desbocado como el de la folclórica de Heliópolis. Pronto Hollywood quiso pescar a la última gran estrella de una industria cada vez más popular. Nicholas Ray la selecciona personalmente para interpretar un papel tan icónico como el de María Magdalena en Rey de Reyes. Más adelante trabajaría bajo las órdenes de Don Siegel; y fue la estrella española de Pan, amor… Y Andalucía (Javier Setó, 1958) . Sin embargo y a pesar de los cantos de sirena, nunca descuidó la producción española, encadenando películas de los más diversos estilos.
La novia de España
Aunque fue otra compañera de generación como Paquita Rico la que acabó por cantar La novia de España, Carmen Sevilla se ganó el sobrenombre cariñoso por conquistar los corazones del público español. El carisma y simpatía con la que abordaba sus papeles cautivó a una audiencia que buscaba en las folclóricas una manera de identificarse.
Desde el comienzo de su carrera, realizadores y productores buscaron la mejor manera de aprovechar la explosividad de la actriz. No fueron pocos los encargos para buscarles los roles más adecuados a su también condición de cantante. Aunque la industria ofrecía unos estereotipos claros para los papeles femeninos, su presencia, así como su fuerza y carisma natural, fueron capaces de sortear cualquier tipo de convencionalismo histórico.
Como Mari Pepa de La Revoltosa, volvía loca a toda una corrala castiza. Sin embargo no dudaba en enfrentarse a las miradas inquisidoras de sus vecinas cuando le acusaban de seducir a sus maridos. La explosividad de la intérprete era aprovechada como reclamo pero la fuerza de su presencia y su personalidad alegre y vivaracha eran capaces de subvertir las expectativas de sus papeles.
Similar a lo que le ocurrió en uno de sus grandes éxitos, Violetas Imperiales, donde desde un papel secundario e interpretando el habitual estereotipo de gitana, lograba robar la película y demostrar sus dotes dramáticas como actriz.

Folclórica y pletórica
Con el paso de los éxitos, los papeles se fueron perfilando aún más para las características de la que ya era una de las grandes estrellas del cine español de esos años. En la producción de Cifesa, Requiebro (Carlos Schlieper, 1955), pasa a interpretar a Paloma Reyes, cantante española que tiene que buscar su futuro profesional en Argentina y lo acaba encontrando entre representaciones de Carmen de España. Porque sí, efectivamente ya era nuestra Carmen de España, como demostraría en otra coproducción, en este caso italiana, como Pan, amor… Y Andalucía, cuarta entrega de la famosa saga protagonizada por Vittorio de Sica, donde tomaría el relevo de Gina Lollobrigida y Sophia Loren, como estrella femenina.
Antes de reinventarse al paso de la sociedad española, todavía fue capaz de entregar dos magníficos coletazos al cine folclórico. Esa constelación de estrellas que supuso El balcón de la luna (Luis Saslawsky, 1962) donde se reunió con otras dos grandes divas de la época como Paquita Rico y Lola Flores. Musical libérrimo, con grandes números donde la trama era una simple excusa para reunir en el mismo cartel a tres grandes damas de la canción e interpretación.
Con un toque más melancólico y como si de una despedida de sus primeros papeles se tratase, Camino del Rocío (Rafael Gil, 1966) funciona como homenaje a su Sevilla natal, de nuevo Carmen es el objeto de deseo de dos hombres (Paco Rabal y Arturo Fernández) en un enfrentamiento marcado por la lucha de clases y con la Feria de Abril y El Rocío como principio y fin y perfecto cierre de una etapa de su carrera.