Muerte de un ciclista: un doble crimen y una conciencia que no calla
Muerte de un ciclista: un doble crimen y una conciencia que no calla
Juan Antonio Bardem, figura clave del cine español y nuestro próximo homenajeado —el 2 de junio se conmemorará el centenario de su nacimiento—, abrazó definitivamente el drama con Muerte de un ciclista (1955). Y aunque su trayectoria es bien dilatada en el tiempo, no hay duda de que esta primera etapa se iba a convertir en la más esplendorosa de su filmografía, con títulos como Calle Mayor (1956), La venganza (1958) o Nunca pasa nada (1963). Tampoco nos podemos olvidar de la primera de este bloque, Cómicos (1954), una película que se acaba de incorporar al catálogo de FlixOlé.
Comprometido, contestatario y valiente, Bardem fue tan alabado por unos —la crítica y los circuitos de festival— como castigado por otros —la censura franquista—, algo que le hizo coleccionar triunfos y derrotas en cada rodaje. Triunfos como el Premio FIPRESCI en el Festival de Venecia con Calle Mayor, o el Premio de la Crítica Internacional en Cannes con Muerte de un ciclista; derrotas como su injusto encarcelamiento en pleno rodaje de la primera o la salvaje censura que sufrieron ambas películas, notablemente salvadas en sala de montaje.
Muerte de un ciclista: un inicio icónico
El sugerente enigma que rodea al título de la película queda resuelto ya desde su primera secuencia: desde un ángulo de cámara a ras de suelo, nos enfrentamos a una carretera estrecha sobre la que circula un ciclista; este desaparece de nuestro campo de visión y, de frente, un coche irrumpe y frena de forma desesperada. Algo ha ocurrido.
Del vehículo baja Juan (Alberto Closas) a interesarse por el accidentado, mientras que su acompañante, la conductora María José (Lucía Bosé en su primer papel en España) espera a lo lejos, recelosa. El ciclista ha muerto y nosotros hemos presenciado, de forma velada, un doble crimen: asesinato involuntario y un adulterio, aunque eso lo sabremos instantes después. Dos amantes que huyen de la escena para que no se destape ninguna de estas dos circunstancias a las que, en un principio, otorgan la misma importancia. Nadie les ha visto, o eso creen.
Este es el prólogo de una de las obras maestras del cine español de los 50. Tomando elementos propios del cine negro y el drama psicológico, la película se desarrolla como la constante lucha de sus protagonistas con ellos mismos: sus conciencias, el sentimiento de culpa y el miedo a perderlo todo.
Ataque frontal a las élites
Pero, ante todo, Juan Antonio Bardem quiso hacer de Muerte de un ciclista un film político. El entramado que prosigue al acto criminal nos muestra a dos miembros de la burguesía franquista, sobre todo el personaje de María José, casada con un importante hombre de negocios. Avariciosa, libre e infiel, no hay duda de que Lucía Bosé encarna a toda una femme fatale.
Por su parte, se podría decir que Juan es un advenedizo de la alta sociedad: su hermana está casada con un alto cargo universitario, y por eso él ha conseguido una plaza como profesor. Y este es un matiz fundamental en el arco dramático de los amantes: mientras ella vive en una espiral de fiestas entre la flor y nata, él está en tierra de nadie, entre la realidad y el mundo superficial —y egocéntrico— que representan sus relaciones más habituales.
Y dos personajes secundarios lo cambian todo. El principal es Rafael (Carlos Casaravilla), un crítico de arte, invitado habitual de los poderosos; algo conoce acerca del suceso y jugará con los protagonistas hasta la desesperación.
La segunda es Matilde (la italiana Bruna Corrá), una de las alumnas de Juan, que servirá como vehículo para que el protagonista vaya cambiando su posición moral poco a poco. Además, en la película se nos muestra un ambiente de solidaridad y lucha conjunta entre el ambiente universitario, y marcarán una clara distancia entre ambos mundos, haciendo mella en la conciencia de Juan.
Censura en España…e Italia
Como hemos señalado durante las primeras líneas del texto, la censura impuso varias correcciones a Muerte de un ciclista antes de su estreno final con el objetivo de desmadejar el sentido político y social de la película. Una jet set española carente de moral y escrúpulos, la representación de una juventud revolucionaria como esperanza de futuro, menciones a la Guerra Civil y sus consecuencias…alusiones indirectas que dejaban muy mal parado al establishment franquista.
Sin embargo, y de forma muy curiosa, el órgano censor español solo se centraría en la gravedad que suponía el adulterio para la moralidad del momento, con instrucciones claras para que los protagonistas mostrasen arrepentimiento de su “terrible acto”, aún más grave que un homicidio involuntario con huida mediante.
Hasta que llegó Italia. La coproducción española con el país transalpino obedecía, en primer lugar, al deseo de contar con actores internacionales, en especial Lucía Bosé; en segundo lugar, una participación extranjera permitiría a Muerte de un ciclista competir en Festivales y a su exhibición fuera de España. Lo que no se esperaba Juan Antonio Bardem y su equipo era que esto iba a suponer un arma de doble filo: hubo “chivatazo” desde Italia a la Dirección General de Cinematografía advirtiendo los mensajes perjudiciales de la película para con el régimen. Y como la película ya estaba rodada, las modificaciones se tuvieron que realizar desde el montaje final.
No obstante, y aunque ni siquiera el destino de los protagonistas era del gusto de Bardem —en la película quedan “castigados” por su adulterio, final que rodó anticipándose a posibles represalias—Muerte de un ciclista sigue manteniendo el espíritu con el que fue concebido su guion original; por eso, y con total justicia, es considerada una obra clave del cine español.