Los relatos eróticos, en la gran pantalla
Escrito por Aarón Ortega
La sensualidad que atesoran los libros del estante +18 ejerce un efecto afrodisiaco y liberalizador en la imaginación del lector, algo que también ha explotado el cine en la gran pantalla
Este tipo de estimulación tórrida goza en la actualidad de gran popularidad entre el público, que muestra un creciente apetito por los relatos eróticos. A este respecto, algo tiene que ver y decir el séptimo arte. Y es que la conversión de la pasión escrita al fotograma ha contribuido en gran medida a superar los tabúes que arrastraba esta rama de la literatura; que por raro que pueda parecer, no nació ayer.
La sexualidad ha encontrado amparo en las letras desde tiempos inmemoriales (la primera ‘revista para hombres’ tenía forma de papiro en el Antiguo Egipto); no así, su lectura, que ha quedado excluida a la clandestinidad por cierto puritanismo afincado durante siglos. A pesar de ello, la pluma se las ha sabido ingeniar para colar deseos ocultos en el papel a través de alusiones y metáforas húmedas. También en la literatura española (se ha llegado a hablar de un kamasutra español, datado en el siglo XVII).
Obras como La Celestina, La lozana andaluza o Libro de buen amor recopilan sugerentes líneas que pasaron desapercibidas para el Santo Oficio. La comedia del Siglo de Oro también se tomó algunas licencias en este sentido, como lo demuestran las adaptaciones cinematográficas que se hicieron muy a la postre. Igualmente, la castración de los relatos eróticos convirtió a la literatura de “placeres deshonestos” en un elemento subversivo con el que hilvanar historias de sexo que pusieran en un brete a los convencionalismos político-sociales. El cine heredó dicho rol al transcribir en imágenes esos lascivos textos.
El escándalo de Historia de O
El cinto invisible que ceñía al erotismo, y su expresión en tapa dura o blanda, se fue cuarteando con el paso de los años. La atracción literaria se tornó irresistible, en tanto en cuanto dotaba al sexo de una dimensión artística con la que liberar al individuo de los vetos impuestos; aunque sólo de algunos, pues parecía que el masculino singular era el único que tenía la capacidad de escribir sobre las pulsiones de cintura para bajo.
La intelectual francesa Dominique Aury (nacida con el nombre Anne Desclos) hizo una mueca en el techo de cristal con Historia de O, clásico picantón que hizo retumbar los cimientos del mundo en el momento de la publicación de la novela en 1954. No obstante, la autoría del título firmado bajo el pseudónimo de Pauline Réage no sería conocida hasta décadas después.
Fue en 1994 cuando Desclos confesó ser la creadora de tal escandalosa obra. Para entonces, el director francés Just Jaeckin ya había llevado a las salas de cine (en 1975) el relato erótico de la bella ‘O’ (Corine Clery), una fotógrafa convertida en esclava sexual, y cuya silueta desnuda protagoniza en gran pantalla repetidos juegos coitales y escenas sadomasoquistas.
La naturalidad y liberalización del sexo
En nuestro país, el gremio de erotómanos (insaciables de la carne) ha colaborado de buena gana en la bibliografía (y filmografía) subida de tono contemporánea. En este sentido, el laureado escritor Juan Marsé cultivó en su trabajo altas dosis de erotismo, ejerciendo a menudo éste como hilo conductor de sus inquietudes ideológicas y como guante con el que abofetear los dogmas morales que impuso la dictadura franquista. Los conflictos que el autor eleva en sus párrafos discurren junto al sexo. El elemento no se muestra oportunista, sino que se integra en el texto con total naturalidad.
El esquema narrativo de Marsé atrajo la lectura de Vicente Aranda, maestro en sexología cinéfila cuyo repertorio de escenas sexuales inspiró a generaciones venideras; como por ejemplo a Pedro Almodóvar. El director recurrió asiduamente a los textos del novelista catalán y los adaptó a su cine lujurioso y fatalista: La muchacha de las bragas de oro (1979), Si te dicen que caí (1989) y El amante bilingüe (1993).
Con respecto al primero de los títulos, La muchacha de las bragas de oro (Premio Planeta 1978), se nos presenta una disyuntiva entre presente y pasado a través de los protagonistas: Luys Forest (Lautaro Murúa), un falangista arrepentido que intenta cambiar su pasado en las memorias que escribe; y su sobrina Mariana (Victoria Abril), quien cuestiona en todo momento el artificio construido con pomposidad por su tío, al tiempo que lo seduce.
La memoria histórica, eje temático que articula la obra de Marsé, queda relegada a un segundo plano en la cinta de Aranda. El realizador se centra en la tensión sexual entre Luys y Mariana, paseando a ésta última en cueros durante toda la película.
Esta práctica de magnificar la sensualidad en detrimento del resto de la trama se repite en adaptaciones posteriores del cineasta. No obstante, el objetivo del director no obedece a fines arribistas, sino que promulga la liberación (sexual) de los personajes, aunque la pasión los conduzca irremediablemente a su final. Así, la cruda crónica de la posguerra en Si te dicen que caí se convierte en un film cargado de sórdidas y perversas escenas sexuales; mientras que la parodia lingüística de El amante bilingüe abraza al gozo más grotesco.
El clásico erótico español, llevado al cine por Bigas Luna
La fruición de Marsé con el género le valió un merecido puesto como jurado en La sonrisa vertical. Este certamen de relatos eróticos presidido por el cineasta Luis García Berlanga (erotómano confeso) puso en contacto al lector con una de las escritoras más reseñables, entonces bisoña, del panorama nacional: Almudena Grandes. Ganadora de la undécima edición del concurso por Las edades de Lulú, la novela se convirtió en todo un clásico de la literatura caliente; y su autora en un referente literario por el que todavía estamos de luto.
El éxito de Las edades de Lulú, traducida a numerosos idiomas, fue tal que al año siguiente de recibir La sonrisa vertical se llevó al cine. El director Bigas Luna guionizó, ayudado por la propia Almudena Grandes, el despertar, exploración y crecimiento sexual de Lulú. Ésta es una adolescente de 15 años carente de amor filial que sucumbe a los encantos de un hombre adulto, permaneciendo enganchada a él sexual y afectuosamente. La relación se rompe y ella inicia una frenética búsqueda del placer, que vendrá acompañada de extremas experiencias.
Al revuelo de la novela le siguió el de la película, cuyo rodaje provocó paranoias al realizador, según confesó el propio Bigas Luna. Éste vio marchar a la actriz que había elegido para hacer de Lulú: Ángela Molina, la cual abandonó el proyecto al considerarlo pornográfico. El papel de la protagonista recayó finalmente en la italiana Francesa Neri. ¿El resultado? Una cinta intensa con imágenes de alto voltaje que poco o nada tienen que envidiar al texto original; a pesar de que el final del largometraje fuese un tanto más optimista que el firmado por Almudena Grandes.
Avezado en fantasías eróticas, Bigas Luna demuestra de nuevo un refinamiento del acto sexual en Las edades de Lulú. Asimismo, dicho título supuso un punto de inflexión en la carrera del cineasta, quien se despidió de su etapa más oscura para dar paso a otros relatos no faltos de erotismo; alguno de los cuales también tomó referencias del papel, como el Son de mar (2001), de Manuel Vicent.
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