Javier Lafuente, sobre el actor Paco Martínez Soria: “Era un fenómeno único”
Charlamos con el periodista y escritor aragonés, Javier Lafuente. Autor del libro biográfico sobre Paco Martínez Soria, El don de la risa, el también editor desvela en la entrevista a FlixOlé la persona que había detrás del cómico personaje interpretado por el actor natural de Tarazona, y cómo éste se convirtió en un empresario teatral de éxito.
Paco Martínez Soria es uno de los cómicos más queridos de nuestro cine ¿Qué supuso la presencia de este artista para el séptimo arte español?
Fue una revelación brutal. Tenía 62 años cuando rodó La ciudad no es para mí. Posiblemente Pepe Isbert sea el único que aguanta la comparación con Paco Martínez Soria: tenía la misma edad cuando hizo Bienvenido Mr Marshall, y cuando se convirtió en un boom cinematográfico. Es increíble que una persona de 62 años se convirtiese en un fenómeno sociológico desde La ciudad no es para mí, a la que le siguieron 15 películas más, concluyendo con La tía de Carlos.
Era un fenómeno único. No ha habido un cómico como él: no hay nadie que haya podido atraer a gente de todas las edades. Estamos hablando de millones de personas que lo adoraron, y lo siguen adorando.
A pesar de las diferencias del público de ayer y de hoy, lo cierto es que las escenas de Paco Martínez Soria siguen haciendo reír. ¿Qué cualidades tenía que le han hecho superar cualquier barrera generacional?
Posiblemente el legado teatral que incorporó al cine. Si hablamos de gestos: la mirada, bobalicona en muchísimos casos; las caídas y los resbalones, porque a pesar de la edad se caía de verdad. Luego tenía un humor que mezclaba un poco de todo: burdo en algunos casos, de salsa gruesa en otros; incluso podía llegar a ser humor absurdo.
Mezclaba un poco de todo, y ello se debía a la tradición teatral. Él había bebido del sainete, la astracanada, el humor absurdo de Enrique Jardiel Poncela, etc.
Los grandes fans, que tiene muchos, salvarían todas sus películas”
El cine ha sido un reflejo de las distintas etapas de España, también en el caso de las comedias de Paco Martínez Soria, a menudo etiquetadas despectivamente como ‘españoladas’. ¿Ha sido víctima y héroe de sus circunstancias?
Eso le ha ocurrido a todos los actores, desde José Luis López Vázquez, Alfredo Landa hasta Fernando Fernán Gómez… Todos bebían de lo mismo. Al fin y al cabo, los guionistas eran los mismos (Vicente Coello), con Pedro Lazaga como director, y con Pedro Masó como productor. Había gente que destacaba de otra manera, como Fernando Fernán Gómez, quien hizo otro tipo de películas y de humor cuando dirigió.
Por cierto, Don Erre que Erre es una comedia muy notable, como El turismo es un gran invento. Van más allá de esa especie de humor grueso que no le gustaba demasiado a Paco Martínez Soria.
¿No se sentía cómodo con ese tipo de humor?
El cine le traía sin cuidado. Él hacía cine desde los años 30, y lo hacía como actor secundario. Este hombre hacía absolutamente de todo, pero lo suyo era el teatro. Comentaba mucho que las películas eran un aguinaldo para él, para su familia y amigos. Es más, la mayoría de películas no le gustaban. Quizá se salvarían las ya citadas La ciudad no es para mí, Don Erre que Erre y El turismo es un gran invento. Los grandes fans, que tiene muchos, las salvarían todas.
Y con respecto al personaje de pueblerino, cateto y avispado al mismo tiempo ¿Le tenía simpatía y cariño?
La ciudad no es para mí marcó su trayectoria y su carácter ante el público. Cuando la gente ve esa película piensa que estaba haciendo esa película constantemente, y no es así. En el año 66 hace de abuelo que acude a la ciudad a solucionar los problemas de hijos y nietos; en el año 81, con 79 años, él está haciendo de novio que se quiere casar. La evolución que le marcan los productores y directores es de risa.
En realidad, Paco Martínez Soria no hace tanto de pueblerino. Del año 34 al 66 hizo de todo: de delincuente, de ladrón, de profesor, de profesor despistado, de notario… Se caracteriza de viejo, de joven, de disparatado marido, etc. El humor baturro, aragonés o pueblerino, no lo ha tenido jamás. Él se marchó de Tarazona al poco de nacer; era barcelonés, y consideraba que tenía un humor catalán.
Un empresario teatral de éxito
Produjo y dirigió obras teatrales que obtuvieron un notable éxito. ¿Cómo fue dicho rol de productor y director?
Tardó un tiempo. Fue a partir de los años 40 y algo cuando se consideró empresario, director y actor con todas las letras. Antes había probado de todo: había dejado su compañía, se fue con Iquino… Hizo cualquier cosa con tal de sobrevivir. A partir del año 46 empieza a ver la luz, y en el 47 se convierte en actor con mayúsculas: en el teatro la gente se partía de risa en todos los sitios de España. Iba a cualquier teatro y la gente se reía antes de que él saliera.
Eso te marca. Se dio cuenta de que la compañía era él y entendía que debía hacer absolutamente todo en las obras. La mayoría de éstas triunfaban.
Tenía una manera curiosa de mirar: cuando observaba a alguien fijamente, estudiaba ese personaje y lo adaptaba al teatro”
¿Cuáles eran los criterios para elegir las obras que le llevaron a ese éxito?
Estudió la reacción del público. Cuando haces una representación o dos, no puedes calibrar el éxito, pero cuando lo haces centenares de veces te das cuenta de cómo el público empieza a responder según qué diálogos, gestos, miradas… En ese momento, aprendía muchísimo del público.
Su hijo comentaba que él aprendía de la gente de la calle. Tenía una manera curiosa de mirar: cuando observaba a alguien fijamente, estudiaba ese personaje y lo adaptaba al teatro. Supongo que es un truco que todos los grandes actores han utilizado, pero él era especialmente talentoso en ello.
Cada actor tiene que plantearse cuál es su objetivo. Este hombre tenía claro que quería hacer reír. Si hubiese tenido otra aspiración, podía haberlo hecho. Cuando descubre que está consiguiendo su objetivo, no quiere nada más. Él comentó que la gente en su época quería pan: “A lo mejor otro teatro le podía dar galletas o magdalenas, pero yo sé que el pueblo quería pan, y yo se lo daba”.
No se planteó nada más: ni ambiciones ni objetivos. Decía que no quería ser un Fernán Gómez, aunque lo admiraba mucho y decía que era el mejor actor. Él decía que quería hacer reír y me parece admirable.
Llama la atención que quisiese dedicarse a la comedia cuando su carácter estaba en las antípodas ¿Cómo era en las distancias cortas?
Era un hombre muy serio, nada chistoso: interpretaba un papel. Decía que nunca fue parte de sus personajes. En el escenario entraba y se transformaba. En la vida real, era muy normal.
Quizá no tendría éxito ahora porque los gustos han cambiado, y hay cosas que ya no tienen gracia, pero en esa época sí. Había un tipo de humor y una forma de estar en la vida que era la que él podía vender en ese momento: El abuelo curro, La cocinera… Un montón de obras que ahora te preguntarías si harían gracia. En aquella época sí, y llenaba los teatros.
Era un hombre bastante generoso y espléndido”
Hay una serie de humoristas que son para una ocasión; otros se van adaptando. Paco Martínez Soria así lo hizo, y se fue adaptando: no se puede comparar su humor de los 50 al de los 70.
También tenía una pose de divo que recogió del teatro del siglo XIX, y que continuó a principios del siglo XX. En el teatro hay una época en la que el divo es el principal y los demás trabajan para él. Y si el divo funciona, el teatro funciona perfectamente. Esto es una tradición que Paco Martínez Soria continúa y sigue durante mucho tiempo.
En tu libro hablas de desterrar mitos del actor, empresario y productor ¿Algún mito que te haya llamado la atención?
Posiblemente sea eso que decían de su tacañería. Me he leído cientos de entrevistas y he buscado en Tarazona, donde he encontrado un montón de notas y de agradecimientos a Paco Martínez Soria por haber ayudado al club de fútbol, a la sociedad teatral de tal sitio, por haber hecho una obra teatral durante horas para la tragedia que hubo en una inundación en Lérida, en Barcelona o Málaga…
Era un hombre bastante generoso y espléndido. También era muy antiguo: pensaba que seguía a una tradición de actores y que tenía que pasar el testigo a alguien. Consideró que Alfredo Landa era el mejor actor de comedia que podía coger el relevo. Pero éste le dijo que no.