Eugenio Martín: 100 años de culto

Celebramos el centenario del nacimiento del realizador Eugenio Martín, un cineasta incansable que contribuyó a desarrollar la industria cinematográfica en nuestro país gracias a sus incursiones en distintos géneros.

Centenario del director Eugenio Martín en FlixOlé

Roberto Morato

Existe en España una generación de cineastas que fue barrida por la inclemencia del tiempo y de los vaivenes culturales de un país obligado a crecer a merced de un abrupto tránsito hacia la democracia. La Ley Miró enterró a muchos cineastas que desarrollaron la industria del cine español durante varias décadas y que contribuyeron al crecimiento del medio en el país. Alejado de todo tipo de focos mediáticos y de discursos grandilocuentes, Eugenio Martín fue uno de esos realizadores. Un cineasta prolífico que se enfrentó con la misma profesionalidad al western, la ciencia ficción o al terror. Cuando se cumplen apenas 2 años de su muerte, celebramos el centenario de su aniversario y aprovechamos estas líneas para rendir un homenaje a su cine y a su figura.

Nativo de Ceuta se traslada a Granada con su familia a una temprana edad. Es precisamente en esta ciudad andaluza donde comienza a dar sus primeros pasos cinematográficos. En 1949 funda el CineClub Granada en el antiguo Cine Aliatar de la localidad. Ese 1 de febrero, el Cineclub debutó con un programa triple consistente en William Wyler, Walt Disney y Fritz Lang. La heterogeneidad ya iba en el ADN de Martín. Con el paso de los años y creciendo en reputación, el cineclub sería adquirido por la Universidad de Granada. Con el apoyo institucional, Eugenio y sus colegas empezaron a escribir pequeñas reseñas de los títulos ofrecidos, lo que les acarreó algunos problemas con la censura eclesiástica local.

Gracias a sus logros con el CineClub de la ciudad, la universidad le ayudaría a financiar su primer trabajo como realizador, el mediometraje Viaje Romántico a Granada. Un trabajo que, aparte de otorgarle numerosos premios y menciones, le valió el reconocimiento de Berlanga, quien lo catalogó como “el mejor documental de arte jamás hecho en España”. Después de acabar este trabajo, emigró a Madrid para terminar sus estudios cinematográficos.

Sin apenas experiencia, se enroló en la industria de la coproducción norteamericana ejerciendo como meritorio y ayudante de dirección para realizadores como Guy Hamilton o Terence Young. Una oportunidad que le llegó a través del documentalista Manuel Hernández San Juan y el productor Luis Roberts, español de nacimiento pero afincado en Inglaterra. El propio Martín comenta que su primera gran oportunidad llegaría con Sinbad y la princesa, colaborando con el mismísimo Ray Harryhausen, donde le otorgan poderes plenos como ayudante de dirección. Durante años, Eugenio se convirtió en un nombre habitual en las grandes coproducciones realizadas en España durante las décadas de los 50 y 60. 

Su experiencia en las coproducciones internacionales y su relación con los productores que asentaban los rodajes en nuestro país le granjean cierta fama y reputación, y le conceden su primer trabajo como director en solitario. Los corsarios del Caribe, aventura de piratas italiana que contó con la presencia patria de actores como Helga Liné, José María Caffarel o Frank Braña y rodada en Peñíscola entre otras localizaciones. 

Infinitamente más personal aunque igualmente imbuida del embrujo italiano sería su siguiente película, Despedida de soltero. Una muestra de cine negro y social con claros aires del neorrealismo alpino que tan en boga estaba en aquellos momentos en la industria española. Más interesante sería su siguiente trabajo, Hipnosis, una mezcla extravagante pero muy interesante entre cine negro y cine fantástico que, de nuevo en régimen de coproducción, se encargaría de dirigir. ¡No todos los días se ve en el cine español una película de venganza con el muñeco de un ventrílocuo como protagonista!

Tras continuar su labor en el cine de aventuras con Duelo en el amazonas y La muerte se llama Miriam, en 1966 prueba suerte, de nuevo de la mano de los italianos, con el western El precio de un hombre. Siempre alejado de los grandes discursos autorales y los focos mediáticos, Eugenio nunca dio mucha importancia a su trabajo dentro del género pero la realidad es que su visión era una vuelta de tuerca con respecto a las convenciones del spaghetti western. Películas aún más descarnadas y duras que las italianas que, sin embargo, no tenían nada que envidiar en factura técnica con las de aquel país. 

Eugenio Martín fue capaz de entender perfectamente el lenguaje cinematográfico con el que jugaban los directores transalpinos y llevárselo a un terreno aún más descreído y desmitificado. De esta manera llegarían El precio de un hombre, El desafío de Pancho Villa o El hombre de Río Malo, esta última protagonizada por James Mason o Lee Van Cleef. Euro-westerns que con el paso del tiempo han sido reconsiderados y apreciados por los cinéfilos o realizadores como Quentin Tarantino que han sido capaces de apreciar los matices que fue capaz de aportar Martín.

El nombre de Eugenio Martín ha sido asociado de manera errónea en exclusiva al cine fantástico. Si bien es cierto que los dos títulos más emblemáticos de su carrera se encuentran enmarcados dentro de dicho género, también hay que comprender la filosofía artesanal con la que desarrolló la profesión durante las cuatro décadas que comprendió. Sería un error no recalcar su labor dentro del género musical trabajando para artistas como Julio Iglesias en una de sus películas más célebres (La vida sigue igual), una tardía Marisol (La chica del Molino Rojo), Lola Flores (Una señora estupenda) o la adaptación musical de Las Leandras con Rocío Dúrcal. La profesionalidad siempre al servicio de la industria no solo detrás de la cámara puesto que en muchas ocasiones, Martín también fue el guionista de las películas.

Entender estas circunstancias en buena medida también es entender sus dos películas más populares. Al fin y al cabo, Pánico en el transiberiano no dejaba de ser un encargo del productor Bernard Gordon al propio Martin. Basándose de manera muy libérrima en ¿Quién anda ahí?, el relato de ciencia ficción que dio pie a El enigma de otro mundo, Pánico en el transiberiano es una extraña mezcla de subgéneros. Mitad terror psicológico, mitad película de criatura con unas pizcas de all star de iconos del fantástico. Eugenio Martín tuvo desde el principio muy claro que la clave de la película era introducir un elemento fantástico dentro de un contexto totalmente real.

Un paso más allá fue con Una vela para el diablo, cinta clave del fantaterror español y probablemente la película que mejor resume la carrera de Martín. Una mezcla entre el comentario social sobre la represión sexual de la España del momento, los cánones del género fantástico y unas gotas de explotación. El cineasta logró convencer a la otrora icono del cine franquista, Aurora Bautista, para convertirse en metáfora precisamente de una sociedad tan asfixiante como castrante. El largometraje sufrió las injerencias de una censura que no pasó por alto los simbolismos políticos y su erotismo carnal descarnado. 

El legado de Eugenio Martín para la historia del cine español en el año de su centenario es el de representante de una generación que se vio obligada a trabajar en los márgenes para ayudar a construir una industria en ruinas. La profesionalidad y saber hacer de su cine es de obligado recuerdo para unas generaciones posteriores que sí han sabido apreciarlo. Dos años antes de su fallecimiento, el reboot televisivo de Creepshow rindió homenaje a su obra con la recreación virtual de Pánico en el transiberiano en la que el protagonista del episodio decidía introducirse para recrear una de sus películas favoritas. El legado casi invisible pero significativo de un cineasta a recordar.

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