Fernán-Gomez, el ‘preferido’ de la censura
El monstruo de la censura acechó, cuando no alcanzó, a miles de películas durante el Franquismo, si bien en el caso de Fernando Fernán-Gómez se cebó sobremanera. Aun cuando la administración dictatorial levantó tímidamente la mano en los años 60, el nombre del ya pluriempleado literato, actor y director seguía trayendo de cabeza a los tecnócratas. En cierta manera, se podría entender que Fernán-Gómez, junto con Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem, inventaron la censura.
El régimen autárquico que se afincó en la España posbélica entendía que su supervivencia pasaba por el control político, moral y religioso de todo cuanto rigiese la vida de los españoles. Para alcanzar dicho objetivo no escatimaron medios a la hora de actuar contra las ovejas descarriadas. En el cine, las autoridades metieron mano en la bobina a través de varios mecanismos. Las armas fueron la supervisión de los guiones, la concesión de las correspondientes licencias de rodaje y exhibición de las cintas, la obligatoriedad del doblaje y, la más evidente, la censura directa.
De este quehacer prolongado, en mayor o menor severidad, durante 40 años de dictadura, se mutilaron kilómetros de escenas grabadas en celuloide (o acetato, en el caso de las más antiguas). Y eso con suerte, pues habría películas nonatas, y otras que acabarían secuestradas.
Fernán-Gómez vivió en sus carnes la censura puritana e irracional ya en sus trabajos como intérprete. Un ejemplo de ello fue El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1958), donde podemos ver a Fernando haciendo el papel de padre de familia que está a punto de ser desahuciada. Sátira de la ausencia de vivienda en el Franquismo, las instituciones gubernamentales actuaron severamente sobre ella. Primero, manipulando el filme para, después, postergar su estreno.
Esta desaprobación pasiva que sufrió como actor Fernán-Gómez también se dio fuera del cine. En los años de desierto cinematográfico, tuvo la suerte de recibir numerosas propuestas de textos teatrales. Entre éstos se hallaban las comedias de Juan José Alonso Millán, las cuales no estuvieron exentas de infructuosas discusiones con los censores. Así lo relata en sus memorias el propio Fernán-Gómez (El tiempo amarillo), quien detalla cómo la actriz Analía Gadé salía llorando en más de una ocasión de los despachos de los burócratas cuando acompañaba a Alonso Millán en sus batallas.
Las primeras discrepancias con los órganos censores
El empeño de Fernán-Gómez, ya como director, en reflejar la sociedad de cotidiana doble moral y el ambiente opresivo de la época lo familiarizarían de nuevo, para mal, con la censura. En El mensaje (1954), su segundo trabajo como realizador, se topó con algunos impedimentos, siendo la primera versión del guion rechazada por la Junta de Clasificación. No obstante, el autor explicaría décadas más tarde que la negativa venía motivada por la calidad del texto, no por “motivos de censura”.
A continuación vendría El malvado Carabel (1955). Adaptación de la obra de Wenceslao Fernández Flórez, Fernán-Gómez nos presenta a un hombre de buen corazón que, por contra, sólo recibe desgracias. Ante el desconsuelo, el protagonista decide robarle al mundo la cartera cuando éste le dé la espalda; aunque como buena persona que es, no vale para ello. Espejo, de refracción cómica, de las dificultades que se encontraba el jornalero medio de la época, el experto en Fernán-Gómez, José Luis Castro de Paz, sostiene en su libro Fernando Fernán-Gómez que varios fueron los episodios suprimidos para evitar una posible reacción de la censura.
Obispos chistosos y el ombligo de Naima Cherky
Después de otros títulos no menos provechosos para su rol de realizador, el que fuera también miembro de la RAE recibió el encargo de dirigir La venganza de Don Mendo (1961). Parodia de un género teatral harto olvidado en España, la película era una adaptación de la obra homónima de Pedro Muñoz Seca. Férreo monárquico que murió a manos del bando republicano, el régimen no podía hacer otra cosa que hacer la vista gorda al leer el guion fernandiano. No obstante, hubo dos puntos por los que la censura no dejó pasar a Fernán-Gómez.
Por un lado, no se podía permitir que un obispo tuviese humor. “Tuvimos que transformar al obispo en fraile porque, según aquellos censores, los frailes sí podían hablar cómicamente. Como íbamos de pillo a pillo, rodamos todos los planos del obispo con ropa de obispo y con ropa de fraile, por si acaso”, relata el director en sus memorias. Al final, la versión que prevaleció fue la del obispo. Y es que a los censores que vieron la película, diferentes a los que leyeron el guion, no les saltaron las alarmas.
La otra pega que pusieron fue el ombligo de Naima Cherky, una conocida bailarina del cabaré Morocco. Fernán-Gómez creyó oportuno contratarla para que interpretase la danza del vientre (enseñando, obviamente, el ombligo) al ritmo que marcaba un trovador. Uno de los censores vio el pecado en la escena y cortó los planos en los que se mostraba el abdomen desnudo de Cherky. Tras el tijeretazo, fue de difícil lectura ver en la gran pantalla al juglar cantando deprisa y despacio el romance a capricho. “Sabe Dios dónde habrán ido a parar” los recortes de los planos del ombligo, se pregunta el realizador.
El fiasco de Pascual Duarte y la ‘maldita’ El mundo sigue
A principios de la década de los sesenta, a punto de cumplirse 20 años de la publicación de la ópera prima de Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte, Fernán-Gómez llegó a un acuerdo con el autor para llevar al cine una de las mejores novelas de la literatura española. La descarnada visión de la condición humana y el naturalismo ibérico de la obra eran ingredientes que el director estaba dispuesto a cocinar en pantalla. Sin embargo, se topó de bruces con el régimen.
Fernán-Gómez explicaría posteriormente que la administración le reprochó que hubiese presentado el texto, sabiendo que no podían autorizar la película; aunque tampoco prohibirla… Las esperpénticas incongruencias de la época. Finalmente, los órganos censores impidieron al actor y director llevar a cabo el proyecto. No obstante, ya se encargaría Ricardo Franco de adaptar al cine la novela en Pascual Duarte en 1975.
Y del chasco con Cela a una de las mejores películas de Fernán-Gómez como director: El mundo sigue, cinta que por su visión crítica de la sociedad en el Franquismo tuvo en frente a la censura. El guion de este relato sobre las tragedias de nuestro alrededor fue tumbado por la administración en su primera versión. En un nuevo intento, que coincidió con la ligera apertura del régimen, el texto fue aprobado. El director creyó haber cumplido su deseo: celebrar sus bodas de plata con el cine mediante dicho estreno.
Lo cierto es que las autoridades vetaron el film otorgándole la calificación más baja, y su debut en salas se hizo de tapadillo. Considerada una de las películas malditas de nuestro cine, es también incluida como una de las mejores obras del séptimo arte español; aunque en la época, Fernán-Gómez tuviese que recurrir a la caridad de sus allegados para sobrevivir después de gastar sus ahorros en El mundo sigue.
El extraño viaje y la fijación de la censura con Fernán-Gómez
En el año 1964 rodó El extraño viaje, que unida a El mundo sigue se convirtieron en las películas más emblemáticas de Fernán-Gómez, y del cine español en general. Ambos largometrajes también se adscribieron a esa cinematografía disidente en los días grises. Ello acrecentó la acritud de la administración con el autor de dichas obras.
En el caso de El extraño viaje, las autoridades apenas actuaron más allá de dejar el título provisional en lugar de El crimen de Mazarrón, y realizar “uno o dos cortes estúpidos”, según el director. No obstante, los distribuidores temieron despertar la ira de la administración y condenaron a la película al ostracismo. No fue hasta varios años después cuando la cinta pudo ver la luz.
Llama la atención cómo, sin quererlo, Fernán-Gómez chocó con el aparato franquista y la censura. Ni siquiera la vuelta de García Escudero a la Dirección General de Cinematografía y Teatro (dependiente de Fraga), la tímida apertura que acompañó a su nombramiento, y la revolución del Nuevo Cine Español, aliviaron la fijación del gobierno autárquico con el autor. Es más, de entre los directores disidentes que contribuyeron a la renovación del cine (que incluían a Berlanga y a Bardem), Fernán-Gómez se llevó la peor parte.
Ello se podría deber a que su firma apareciese en una carta abierta dirigida al mismísimo ministro de Información, en protesta por la represión ejercida contra los mineros asturianos en huelga.
Igualmente, mientras el régimen abría la mano y protegía al denominado Nuevo Cine, Fernán-Gómez se quedaba sin papeletas. “El estilo de esas películas no me gustaba nada, era el contrario de las mías… Era consciente de que aquello que gozaba del favor ministerial yo no lo sabía hacer”, se lamentaba el director a la postre (El viaje del comediante: conversación con Fernando Fernán-Gómez, de Contracampo -nº35-, recogido por José Luis Castro de Paz en su ya citado libro). Y menos mal… Gracias a su particular visión literaria y cinematográfica, disfrutamos a día de hoy de una obra adelantada a su época.