Fernán-Gómez, escritor: un cómico entre líneas
Detrás o delante de la cámara. O perfilando un libreto de teatro, o un guion de cine o una novela. Fernando Fernán-Gómez (Lima, 1921-Madrid, 2007) ha sido uno de los más multidisciplinares artistas de nuestra cultura del siglo XX. Eso sí, él siempre se autodefinió como cómico. Un género, el de la comedia, que utilizó como vía de expresión, como elemento vertebrador de prácticamente toda su obra.
Aunque la figura de Fernán-Gómez está comúnmente asociada a su faceta como actor y director― ya sea en el cine o en el teatro―, también es necesario recordar que el artista fue un gran escritor e intelectual; en definitiva, un magnífico contador de historias. De forma paralela a los focos, y habiendo alcanzado la madurez en papeles y direcciones que lo situaban a la altura de los más grandes, Fernando Fernán-Gómez cultivó el terreno de la novela, el ensayo y la dramaturgia.
El Fernán-Gómez escritor, al igual que en sus otras vertientes artísticas, era mordaz, ingenioso, cómico; y, si la obra lo pedía, también dramático. Las bicicletas son para el verano y El viaje a ninguna parte concentran varios de estos elementos y están consideradas como obras imprescindibles de nuestra literatura contemporánea.
Primeros contactos con la literatura
La pulsión literaria de Fernán-Gómez comenzó desde bien pequeño, al compás del gen teatral heredado de su madre. Carola Fernán-Gómez era actriz profesional de teatro y, con su compañía, había realizado giras por Latinoamérica ―razón por la que Fernán-Gómez nació en Lima― y acumulaba trabajos en Madrid. Una profesión, la de la madre, que no le permitía pasar tiempo con el chico, que había heredado sus dos apellidos. Nada recibió Fernando Fernán-Gómez de su padre biológico, Fernando Díaz de Mendoza Guerrero― también actor e hijo de María Guerrero―, quien renegó de él desde el primer momento.
De esta forma, el precoz interés literario del autor procede de doña Carola, su abuela. Fernán-Gómez creció con las lecturas, en boca de la mujer que le educaba, del Heraldo de Madrid, un diario de corte republicano en consonancia con los ideales de la abuela. Después, llegada la adolescencia, y mientras Fernando iba desarrollando su intelecto y su idea de ser actor, comenzó a leer a Victor Hugo, Edward Wallace y Alejandro Dumas, entre muchos otros. Eran tiempos convulsos, años en los que el desastre de la Guerra Civil ya asomaba por los tejados de Madrid.
Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Wenceslao Fernández…y el Café Gijón
Pero ¿quiénes fueron las principales influencias literarias? La más trascendental para los inicios de la carrera artística de Fernán-Gómez fue la del escritor y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela. Éste fue quien le dio sus primeras oportunidades en el teatro recién acabada la Guerra Civil. Por aquel entonces, Fernando aún no alcanzaba la veintena. Tanto en este apadrinamiento como en su estilo irónico y sainetero, Jardiel Poncela significó para Fernán-Gómez una gran referencia.
Otros autores como Miguel Mihura, Wenceslao Fernández o Ramón Gómez de la Serna también fueron influencias básicas del autor. Todos ellos, como no podía ser de otra manera, fabricaban sus obras a partir del humor.
Pero la idea de probar en el ámbito de la novela no solo provino de autores concretos. También marcaría una gran huella en Fernán-Gómez un espacio, un lugar de reunión que supondría para él su segundo hogar madrileño desde que comenzó a acudir a principios de los 40: el mítico Café Gijón. Un cómico entre novelistas, poetas y teóricos de toda clase. Sin embargo, para nada desentonaba allí. Es más, pronto impactó en las gentes que poblaban esa suerte de ágora intelectual. Francisco Umbral, en su novela La noche que llegué al Café Gijón, relataba de esta forma sus impresiones sobre Fernán-Gómez en el Café:
Fernando Fernán Gómez, con esa cosa de opositor pelirrojo que ha tenido siempre, como si viniera de una academia triste de preparar unas oposiciones que nunca va a sacar, y mientras tanto iba haciendo teatro, cine, televisión, cosas, con gran calidad y singular talento. Su forma de hablar, su voz, su entonación entre irónica y enfática, había creado escuela entre los actores jóvenes, y todos le imitaban en la peculiar sintaxis y la altiva fonética. Luego no le imitaban tanto en la lectura de libros y la vocación intelectual.”
Fue tal el compromiso de Fernán-Gómez con el Café Gijón que, en 1949, creó y financió el Premio Café Gijón de Novela Corta, un certamen que hoy en día sigue vigente.
Fernando Fernán-Gómez, novelista
El resultado de años codeándose con los grandes literatos que acudían al Café Gijón derivó en su primera novela, publicada en 1961: El vendedor de naranjas. El mismo escritor Fernán-Gómez, en sus memorias El tiempo amarillo, reconocía la influencia del Gijón en este debut y definía la obra como una “novela de humor sobre el ambiente misérrimo del cine español”. Como en tantas otras creaciones, Fernando Fernán-Gómez estaba afanado por retratar, a su manera, sus dos mundos predilectos: el cine-como en esta novela- y el teatro.
Sobre el teatro viraría la segunda novela del autor, ya en 1985 y bajo el título de El viaje a ninguna parte. La obra cuenta con unos personajes que derrochan encanto y derrotismo al mismo tiempo. Asimismo, la novela narra las andanzas de una compañía de cómicos ambulante y su empeño por hacer frente a la pujanza del cine y otras formas de entretenimiento en la España rural del franquismo. Al contrario que con El vendedor de naranjas, que tuvo una tibia acogida, El viaje a ninguna parte fue todo un éxito y tuvo su versión cinematográfica en 1987, bajo la propia dirección de Fernán-Gómez. Además, el autor acompañó en el reparto con su memorable papel de Arturo, el más longevo de la compañía.
A partir de entonces, Fernando Fernán-Gómez intensificó su producción literaria. Publicó novelas como El mal amor (1987), El mar y el tiempo (1988), La puerta del Sol (1995) o El tiempo de los trenes (2004). Esta última se convertiría en su novela crepuscular tres años antes de su fallecimiento.
Sobre La puerta del Sol, un retrato del Madrid de principios del siglo XX con influencia galdosiana, Fernán-Gómez reconoció en sus memorias que estuvo cerca de llevar al cine la novela. Sin embargo, no llegó a fructificar la idea.
Las bicicletas son para el verano: memorias de una guerra
Fernando Fernán-Gómez apenas era un adolescente cuando estalló la Guerra Civil. Los chavales de su generación pasaron de niños a hombres en un abrir y cerrar de ojos. Convivieron con la muerte y el enfrentamiento cuando apenas comenzaban a entender en qué consistía aquello de la vida adulta. Obviamente, el desarrollo y las consecuencias de la guerra tuvieron su impacto en el Fernán-Gómez creador. Tanto en ideas como en producción artística.
Unos cuarenta años después, en 1977, escribió la obra teatral Las bicicletas son para el verano, su trabajo más autobiográfico. Con esa simbiosis entre la comedia y el drama― aunque en esta ocasión predomina lo segundo―, Fernán-Gómez fabricó un relato sobre el transcurrir de la Guerra Civil; así como sus efectos en una familia madrileña acomodada. Alejada de todo efectismo, la historia se centra en esos pequeños detalles que van degradando la prosperidad de los protagonistas. Luisito, el adolescente sobre el que gira la obra, es en parte una proyección de los recuerdos de Fernán-Gómez. Un chico que comienza sin más aspiración que la de tener una bicicleta y que, tres años después y pasada la Guerra Civil, la adquiere para trabajar y llevar algo de dinero a casa.
Las bicicletas son para el verano, en definitiva, hace uso de ese costumbrismo tan característico de su autor. Al mismo tiempo, también juega con elementos como el simbolismo y el realismo. Todo ello, junto con una magnífica construcción de los personajes, le valió a Fernán-Gómez alzarse con el Premio Lope de Vega en 1978. Años más tarde, en 1982, se representaría la obra en el Teatro Español de Madrid. También tiene su versión cinematográfica, dirigida por Jaime Chávarri en 1984.
Como dramaturgo, Fernán-Gómez creó Marido y medio (1950), Del rey Ordás y su infamia (1983) o La coartada. Los domingos, bacanal (1987), entre otras. Recientemente, y gracias a los manuscritos encontrados por su nieta Helena de Llanos, se publicó Teatro (2019), una antología de textos inéditos del autor.