José Sacristán: el cómico que aprendió de los más grandes
Escrito por Javier Higueras
A sus 84 años, José Sacristán aún sigue confesando que se encuentra “en segundo” de Fernando Fernán Gómez, como si fuera uno de esos alumnos distraídos y conformistas que se sientan al fondo de la clase. Seguramente el propio Fernán Gómez, con esa vehemencia tan característica suya, aseguraría que el actor nacido en Chinchón es mucho más que eso, quizá su discípulo más aventajado.
Ambos se curtieron en el mundo del teatro antes de dar el paso a la gran pantalla; a esa exposición imperecedera que otorgan las películas que podemos revisitar una y otra vez. Porque en sus voces, sus arrugas y su trabajo, está el recorrido de dos leyendas que han abarcado gran parte de la historia del cine español, desde los años 40 hasta el día de hoy. Un recorrido que perpetúa de forma incombustible José Sacristán; de hecho, está a escasos días de recibir el Premio Goya de Honor por toda una trayectoria.
Curiosamente, hace 35 años fueron protagonistas en la primera edición de los Goya a mejor película con El viaje a ninguna parte. El maestro como director y actor, y el alumno formando parte de un fantástico elenco con Gabino Diego, Emma Cohen o Agustín González, entre otros. Han sido, en definitiva, pasado y presente de la fiesta del cine español. Presente porque José Sacristán aún tiene mucho que ofrecer.
José Sacristán, de las tablas al cine
El argumento de El viaje a ninguna parte, toda una carta de amor de Fernán Gómez al oficio de cómico -también al cine y al teatro-, bien puede conectar con la trayectoria de José Sacristán en sus primeros años. Ya con su debut, muy fugaz, en La familia y uno más (1965) -secuela de la exitosa comedia familiar La gran familia (1962)-, el actor supo aprovechar esa pequeña oportunidad que el productor Pedro Masó -el director era Fernando Palacios- le había brindado tras ver su desparpajo en pequeñas comedias teatrales.
Masó, tal y como nos confiesa Sacristán en la entrevista ofrecida a FlixOlé, estaba tan seguro de su apuesta que fichó al chichonense para esa y tres películas más, con fechas de rodaje y título; algo impensable en estos días. Así lo admite Sacristán, apostillando que “cuando se lo cuento a los que empiezan en el cine, no se lo creen”. Probablemente, en aquel momento él tampoco se creería que había pasado de las humildes funciones en el Teatro Maravillas a compartir escena con Alberto Closas, “el de Muerte de un ciclista”.
A partir de ese momento, los ojos de José Sacristán verían desfilar a un sinfín de leyendas de nuestro cine, hasta convertirse él en una de ellas. En sus primeros años, encajaba como un guante en esos pequeños papeles cómicos tan recurridos. Tenía un atractivo muy terrenal, y sabía cómo acompañar la palabra con el gesto idóneo para provocar sonrisas en el espectador. En resumidas cuentas: tenía carisma.
Una figura perfecta para ser el joven acompañante de José Luis López Vázquez, Paco Martínez Soria o Alfredo Landa. Junto a ellos, llegaron apariciones en El arte de casarse (1966), La ciudad no es para mí (1966), Novios 68 (1967)… las dos últimas bajo la dirección de Pedro Lazaga. Comedias que, con sus virtudes, y algún que otro defecto, iban en consonancia con el modo de vida y valores de la época.
Mucho más sorprendente sería Un millón en la basura (1967), la formidable comedia dramática dirigida por José María Forqué y protagonizada por López Vázquez, Julia Gutiérrez Caba y Rafaela Aparicio, con Sacristán como uno de los personajes secundarios. La película, además de la diversión que ofrece, encierra un mensaje de crítica social poco abordado en aquella época. Al mismo tiempo, pone el foco en problemáticas atemporales, como la pobreza o los desahucios. Y en ese mismo año se estrenaría el éxito de público Sor Citroën. En ésta, nuestro protagonista sufre el atropello del “dos caballos” manejado por la estrella del film: Gracita Morales.
Muso del Ozorismo y los grandes realizadores de comedia
José Sacristán, además de aprender el oficio con los y las mejores intérpretes de aquella generación, también trabajó bajo las órdenes de los principales realizadores de comedias de los 60 y 70. Tras los ya mencionados Fernando Palacios y Pedro Lazaga, al timbre del actor tocaron Mariano Ozores, José Luis Sáenz de Heredia, Rafael Gil, Rafael Fernández… Todos ellos facturaron, y en periodos de tiempo muy breves, productos de entretenimiento que hacían las delicias del gran público español. Así, Sacristán iba a engrosar su filmografía con ¡Cómo está el servicio! (Mariano Ozores, 1968), Don Erre que erre (José Luis Sáenz de Heredia, 1970), El hombre que se quiso matar (Rafael Gil, 1970) o Cateto a babor (Ramón Fernández, 1970).
El culmen de estos títulos, y al que hoy podemos considerar como icono de la cultura popular del cine de los 70, es ¡Vente a Alemania, Pepe!. Dirigida por el omnipresente Pedro Lazaga y comandada por Alfredo Landa, Sacristán ya ejerce como coprotagonista.
Tampoco nos podemos olvidar de la corriente “picante” que ya condimentaba la comedia española; consecuencia del suave aperturismo del estado franquista. Ejemplos que encontramos en Dos chicas de revista (1972). Esta comedia musical fue dirigida por Mariano Ozores y protagonizada por su hermano Antonio, Lina Morgan y José Luis López Vázquez; aquí se aprovechaba el mundo del teatro de variedades para el lucimiento de la talentosa Lina.
José Sacristán, con un papel secundario en el film, iba a dar el gran salto dos años después siendo protagonista absoluto en Sex o no Sex. La misma fue dirigida por Julio Diamante y contó con el acompañamiento de, nada más y nada menos, Carmen Sevilla. Su primera escena es imperdible, en la que Sacristán parodia el universal monólogo de Hamlet con su variación “sex o no sex, esa es la cuestión”.
La Transición de Sacristán
El resto de la historia de José Sacristán como actor es más conocida. E incluso valorada. De aquellas comedias pasó a protagonizar películas simbólicas de la Transición. Dichos títulos contaban con argumentos muy profundos que hicieron cambiar su registro y orientarlo a papeles más dramáticos; en los que su éxito ha sido indudable. Asignatura pendiente, Solos en la madrugada, El diputado, Operación Ogro, Navajeros…todas ellas contaban con ese valor añadido que convierte en grandes a las buenas películas.
No obstante, Sacristán nunca ha renunciado a su primera etapa, ni a las cintas de mero entretenimiento que lo vieron crecer. Y en este punto volvemos a los Premios Goya. Porque la mejor prueba de su agradecimiento fue el momento en el que, tras recibir su único “cabezón” como mejor actor principal – fue en el año 2013 con la película El muerto y ser feliz-, remató su discurso con las siguientes palabras: “dedicárselo a la persona que confió en mí a la hora de ponerme por primera vez delante de una cámara. A la memoria de don Pedro Masó”.