José Sacristán: el cine como compromiso
Escrito por Alba Suárez
A lo largo de la historia del cine español, son numerosos los actores y actrices que han llegado a nuestro imaginario -y a nuestros corazones- a quedarse para siempre. Algunos, legendarios por su capacidad de transformarse, los actores del método. Otros dejan huella con su presencia, carácter o fotogenia. Intérpretes recurrentes, imprescindibles para un público que consigue transportarse al mundo del largometraje.
Durante la etapa tardofranquista, España protagoniza un periodo aperturista que afecta a todos los ámbitos del sector cultural, que se encontraba, hasta la fecha, en una situación dramática. Con la ‘tercera vía’ -una etiqueta para designar un cine que oscilaba entre lo popular y lo intelectual– comienza a producirse una gran renovación de la cinematografía española.
Una tendencia capaz de plasmar la crítica social que ya se venía representando años atrás y al que pusieron cara intérpretes como Fiorella Faltoyano, Ana Belén o José Sacristán. Este último, convertido en símbolo de la Transición, fue el espejo en el que admirar al héroe del español medio.
José Sacristán, -formado entre las tablas del teatro- lleva, a sus ochenta y cuatro años, la friolera de sesenta delante de los focos. Bien por esta larga trayectoria cosechada con éxitos, bien por ser un magnífico exponente de la memoria cinematográfica de nuestro país, recibía el pasado sábado 12 de febrero de 2022 el Goya de Honor, ante una emotiva ovación por parte de todos los allí presentes.
Bajo la batuta de los más grandes
José Sacristán, tras ser la cara visible del cine durante los años 70 y principios de los 80, comienza un viaje hacía papeles de notable fuerza interpretativa y mayor carga dramática. Demostrando así su poderío y captando la atención de realizadores de prestigio. Se pone entonces al servicio de directores de la talla de Pilar Miró, Luís García Berlanga o Fernando Fernán-Gómez.
En La Vaquilla (1985), el actor tiene el honor de rodar, por primera vez, a las órdenes del maestro Luis García Berlanga. Este realizador valenciano retrató, con mano izquierda y humor ácido, la historia reciente de España. En esta ocasión, a través de un grupo de soldados del bando republicano, planteaba una mirada grotesca de la Guerra Civil. Cuando los combatientes, acuciados por el hambre, deciden cruzar las líneas enemigas y robar una vaquilla, se ven envueltos en numerosas situaciones comprometidas. Plasmando con ellas, una visión inédita de este conflicto: sin buenos ni malos.
Por primera vez se ofrecía una visión cómica y desdramatizada de la contienda. El resultado: satíricas secuencias, como esa en la que comparten escena el brigada Castro (Alfredo Landa) y el teniente Broseta (José Sacristán), quienes reflexionan desnudos en un río, rodeados por soldados del bando sublevado: “Lo que es la vida, mi teniente. Aquí en pelotas, ni enemigos ni nada. Y, además, nos invitan a desayunar”
Un viaje hacia el éxito
Dos años después, le tocaría el turno de trabajar con Fernando Fernán-Gómez, del que el propio Sacristán ha expresado la suerte de haberle disfrutado como amigo y seguir sus consejos; “que no son pocos”.
El entonces consagrado director -amigo y maestro a la postre-, Fernán-Gómez, le convierte en hijo suyo en una familia de actores itinerantes en la soberbia El viaje a ninguna parte (1986). Una obra que relata el declive y muerte de una compañía de teatro ambulante que viaja por los pueblos de la España profunda de los años 50.
En la cinta, que recibió varios galardones y fue considerada la mejor producción patria en el año de su estreno, Sacristán compartía escenario con rostros tan conocidos como el de María Luisa Ponte, Juan Diego, Agustín González o Gabino Diego.
La película es un retrato de la vida rural en plena dictadura franquista, unos tiempos de pobreza y cruda realidad para las clases populares. Situación que quedaría perfectamente retratada en un magistral monólogo en el que, José Sacristán, en el papel del cómico Carlos Galván, tratará de hacer ver a los vecinos de un pueblo que ellos no son sus enemigos.
¿Dónde está el maná de los cómicos? ¿En qué tierra caerá, que sea nuestra, si nosotros no somos de ninguna parte? Somos del camino […]
Una vida delante de los focos
Tiempo más tarde, y de forma casi paralela a trabajar de nuevo con Berlanga en Todos a la cárcel (1993), José Sacristán participaría en El pájaro de la Felicidad (1993). Este último es un film intimista y melancólico que relata cómo una mujer, al llegar su madurez, se enfrenta a la soledad y decide asumirla como una elección, y no como un castigo. En la cinta, Sacristán se puso a disposición de la directora Pilar Miró: “una fuera de serie, una mujer en su sitio, una de las primeras mujeres que a la hora de defender el feminismo no hablaba, actuaba”, señalaba Sacristán en la entrevista ofrecida a FlixOlé.
El intérprete, a pesar de llevar toda una vida dedicada al cine, confiesa no haber templado los nervios a la hora de actuar. Ya que, si desaparecieran los nervios, desaparecería “esa cosa apasionante que es el salto en el vacío. Lo que supone el hacerse cargo de un personaje y que la gente se lo crea”, determinaba.
Sin perder de vista dicha responsabilidad, un juego de caras para el actor, Sacristán ha concatenado proyectos más recientes. Como el que asumió con El muerto y ser feliz (2012), cuyo papel protagonista fue elogiado por el público, alzándose con el Goya a Mejor actor principal en la edición de 2013.
El film de carretera de Javier Rebollo es el retrato de un ser paradójico en sí mismo: un asesino a sueldo sufre una enfermedad incurable que está acabando con su vida. Al descubrir el carácter terminal de su cáncer decide huir del hospital y sumergirse en un viaje sin finalidad por las carreteras secundarias de Buenos Aires. Papel que José Sacristán encarnó con determinación.
Tal vez sea esa pasión por su oficio la que le ha llevado a recibir el Goya honorífico por toda una carrera comprometida con el cine. Galardón por el que se mostró muy emocionado y reconocido. En el momento de recibir el cabezón, mostró su agradecimiento a la Academia, a parientes y amigos. También a su familia del cine español y, sobre todo, al público: “a todos esos hombres y mujeres que, cada año, y hace ya 60, bien en manojo o bien en ristra, me siguen comprando los ajos”.