José Sacristán:
“Mis películas forman parte no solo de mi filmografía, sino de mi biografía”
Este especial sobre la figura de José Sacristán no sería nada sin contar con las palabras del propio protagonista. El actor tuvo la amabilidad de concedernos esta entrevista en la que desgrana, etapa por etapa, toda su trayectoria profesional. Además, Sacristán está muy de actualidad, ya que en los próximos días recogerá el Goya de Honor en la 36ª edición de la fiesta del cine español.
Nos gustaría, en primer lugar, detenernos en el Goya de Honor que vas a recibir en los próximos días, que, al final, es un reconocimiento a toda una carrera, a más de seis décadas de interpretación. Si Venancio (tu padre) estuviese aquí, ¿te diría que la venta de ajos ha ido bien?
Sí, sin ningún género de dudas. Sería miserable por mi parte decir lo contrario. Si bien es cierto que el mundo del espectáculo está acompañado de la palabra “crisis”, de dificultades imprecisiones e inseguridades, en mi caso concreto celebro y agradezco contar con la fidelidad de un número de personas que me permiten hacer lo que quiero hacer y siguen mi trabajo. Efectivamente, a mi padre le diría que ha ido muy bien.
¿Qué sentiste al conocer la noticia por parte de la Academia (la cual contribuiste a fundar)?
Me alegró mucho oírlo y estaba muy agradecido, naturalmente. Lo primero que pensé fue en los inicios de la Academia, cuando el señor Matas nos convocó a 12 personas y empezamos a tirar del carro. Las primeras andaduras fueron difíciles y duras. Como yo digo, fueron casi que mendigar: a las cajas de ahorros, los bancos, a Kodak… para poder pagar el recibo de la luz. Ahora me siento muy feliz de ver en qué punto se encuentra la Academia y, sobre todo, la repercusión que tienen estos premios.
En tu discurso, cuando recibiste el primer Goya con El muerto y ser feliz, agradeciste, sobre todo, la figura de Pedro Masó por haberte abierto las puertas a este mundo. No queremos chafarte el discurso, pero, en el momento en el que recibiste la noticia, ¿qué o quién te viene a la mente en ese reconocimiento? Quizá el José Sacristán de pequeño…
Unos cuantos acontecimientos me vienen a la mente, muchas cosas que iré hilvanando poco a poco (ríe).
El factor nostálgico ha sido una constante a lo largo de tu vida. Siempre has querido recuperar esa faceta de niño. Echando la vista atrás, ¿cuáles son esos caminos fílmicos que, de manera más recurrente, se te aparecen? ¿Dónde hace autostop tu memoria cuando viajas por tus películas?
Por todas ellas, sin hacer apartados. Por supuesto que tengo un criterio y sé que hay unas mejores y otras no tanto. Pero, para mí, lo que sigue predominando y se impone por encima de todo es el agradecimiento a las personas que confiaron en mí. Cada una de las películas suponen pequeños pasos adelante.
Todas forman parte de una andadura que va más allá de lo profesional; tampoco me habría gustado que todas fueran Ciudadano Kane o Amanecer. Todas forman parte no solo de mi filmografía, sino de mi biografía, y las quiero por igual.
Cuando echo la vista atrás, las pongo por orden, y todas significan lo mismo para mí. Luego unas las valoro más o menos, pero el significado moral o afectivo es exactamente el mismo.
Cada una de mis películas forman parte no solo de mi filmografía, sino de mi biografía, y las quiero a todas por igual”
Siguiendo ese orden, empezamos por ese debut que tuviste con La familia y uno más. ¿Cómo fue ese contacto con Masó ?
Yo estaba haciendo una comedia musical de pequeño formato en el Teatro Maravillas, y recibí una llamada de la oficina de Pedro Masó, que por aquel entonces estaba en la calle de Jacometrezo. Allí fui y hablé con José Altez, el jefe de producción; después Masó me ofreció no un casting, sino una sesión ya pagada, como una prueba.
Debí salir más o menos airoso, porque a los tres o cuatro días me llamó el señor Altez y me ofreció (cuando se lo cuento a los que empiezan no se lo creen) un contrato con cuatro películas, ya con fechas de rodaje y título. Y ahí empezó mi andadura y, por supuesto, mi profundo y eterno agradecimiento a Pedro Masó.
¿Cómo fueron esas horas antes del encuentro con la cámara?
No dormí esa noche, por supuesto. Al día siguiente llegué a un instituto y tenía delante de mí una cámara y, a mi lado, el protagonista de Muerte de un ciclista. Más que Alberto Closas, era la suma de valores que encerraba para mí esa película. En la España de aquel tiempo, una película como aquella, para los que no estábamos muy de acuerdo con el régimen franquista, era un acontecimiento no sólo cinematográfico, sino también político, moral y social. Y allí estaba el protagonista de Muerte de un ciclista preguntándome qué tal le iba a mi hijo.
No he vuelto a sentir una emoción igual: una cámara de cine delante que hacía un ruido como una cafetera, como un molinillo de café, y el protagonista de Muerte de un ciclista a mi lado.
Después de más de seis décadas al pie del cañón, ¿ya has templado los nervios al ponerte delante de una cámara o delante del público? ¿O sigue apareciendo algún nervio que hay que todavía trabajar?
No, si desaparecen los nervios desaparece esta cosa apasionante que es el salto en el vacío que supone el hacerse cargo de un personaje y que la gente se lo crea. Esos nervios no son paralizantes ni angustiosos, pero están ahí necesariamente. Sobre todo cuando tienes al público ahí delante, porque cuando está ya hecha la película ¿de qué sirven los nervios? Pero el acontecimiento vivo del teatro despierta unos cuantos nervios por ahí, que insisto, no paralizan pero los sientes.
Después de ese debut, empezaste a concatenar varios títulos, si bien es cierto que con papeles muy fugaces, como en Sor Citroën, compartiendo escenario con Gracita Morales; con Lina Morgan en La graduada, o con Paco Martínez Soria en El abuelo tiene un plan.
¿Cómo se pasa de apenas aparecer en pantalla en esos efímeros momentos a protagonizar tus propios largometrajes?
Lo que se le puede plantear a cualquiera que aspira a dedicarse a esto. La andadura suele empezar, que a algunos como Marlon Brando no, con pequeñas intervenciones, y yo eso lo consideraba normal. Como consideraba también normal la suma de dificultades que me iba a ir encontrando en el camino, que indudablemente aparecieron.
Pero mi actitud no se diferencia en gran cosa de la de cualquier otro profesional. La constante de esto a lo que me dedico es mantener, sostener y alimentar a este juego, a jugar a ser el pirata, el gánster o el mosquetero y que la gente se lo crea.
De esos efímeros momentos en escena, ¿tuviste ocasión de compartir algún momento con Paco Martínez Soria, Lina Morgan o Gracita Morales?¿Pudiste conocerlos de cerca?
Sí, por supuesto. Los conocí bastante y guardo una memoria gratísima de todos ellos. Fuera de lo profesional, con quien más relación tuve fue con Lina. Pero, por lo demás, mi respeto y admiración a todos ellos.
Inmediatamente después llega esa etapa erótico-festiva de las películas desenfrenadas de los 70, con el Landismo y el Ozorismo. En más de una ocasión has comentado que no te arrepientes de haber hecho esos papeles. ¿Qué significaron para ti estas comedias? ¿Cómo fue tu experiencia con Mariano Ozores y Alfredo Landa?
Un recuerdo muy cariñoso, entrañable y formidable. Igualmente, en los 70 ya empieza la Tercera Vía: en el 73 hicimos Vida conyugal sana y Los nuevos españoles, y yo empiezo a hacer papeles protagonistas.
Las películas de Alfredo son más de los 60. En mi memoria, tanto Ozores como Sáenz de Heredia y Rafael Gil fueron gente que confiaron en mí, al igual que Alfredo Landa y Antonio Ozores.
De todo lo que ocurría allí, no voy a ser tan estúpido ahora como para tirar cohetes y hablar de la grandeza del cine español, no. Hay unas películas y cada una de ellas tiene su valor, y cada uno que la juzgue. También hay que tener cuidado con los prejuicios, y no meter en el mismo saco a todos los cineastas.
En lo que a mí respecta, y cada día celebro más sentirlo así, se impone, por encima de todo, la mirada que yo hacía sobre mi propia realidad. Y esa mirada era que, cuando llamaban a la vecina o a la pensión donde yo vivía, el que estaba al otro lado era alguien que confiaba en mí. Y ahí están mis trabajos, y mi respeto y agradecimiento permanente a esas personas.
Guardo un recuerdo muy cariñoso, entrañable y formidable de Mariano Ozores, Sáenz de Heredia, Rafael Gil (…) fue gente que confió en mí”
Seguimos con esas películas subidas de tono, en concreto con Sex o no sex. ¿Qué recuerdos te vienen a la cabeza con este film? Al fin y al cabo, fue uno de los primeros largometrajes donde apareciste como cabeza de cartel.
Pues imagínate, y además con Carmen Sevilla. A ella le pedí un autógrafo cuando fue a Chinchón a rodar La bella de Cádiz; y Julio Diamante, quien había hecho unas películas maravillosas, como Tiempo de amor…
Me veía ya en las carteleras de los cines, y en calidad de protagonista y con gente a la que había admirado toda mi puñetera vida. Muy feliz: todo se resume en esto.
¿Te veías ya como el nuevo galán español?
No, tengo criterio. Yo podía hacerme cargo de historietas donde fuera, si no el protagonista, el coprotagonista. Pero nunca en clave de galán. Hasta ahí no llego.
¿Fortaleciste los glúteos para la ocasión? Fueron de las primeras cachas que salieron en la gran pantalla...
Sí, una de las primeras sí. Y lo tengo con mucho orgullo. Apenas se vio la solidez de mis glúteos.
Eres muy asiduo a la copla y a la zarzuela. Compartiendo escenario con Carmen Sevilla, ¿llegasteis a cantar a dúo fuera de escena en algún momento?
A dúo no. Hicimos un viaje en tren en Sex o no sex, y fui cantando a mi amiga Carmen Sevilla las coplas que ella cantaba: las de doña Concha Piquer, las de Juanito Valderrama, las de Juana Reina, las de Antonio Molina… Todo mi repertorio, que era muy amplio. Ahora ya se ha limitado un poco.
Retomando la denominada Tercera Vía de la que hablábamos: al final no dejaba de ser un cine un tanto comercial, pero que añadía ese contenido necesario para esos cambios que vaticinaba el país. Personas como José Luis Dibildos y José Luis Garci son dos imprescindibles en esta etapa. También tu persona. ¿Qué tenías para convertirte en el actor fetiche de esta nueva corriente?
No tengo ni idea. Creo que igual el retrato no resulta muy favorecedor. Es decir: ni muy guapo ni muy feo, ni muy alto ni muy bajo, ni muy listo ni muy tonto, ni muy progre ni muy reaccionario… Sería el retrato de la mediocridad.
Yo creo que eso se reflejó en mí, en esta canijez, en este contexto físico en el que me muevo, que era un poco donde se podía mirar el españolito de a pie. La suerte fue que coincidió con que, antes de morir Franco, el franquismo sabía que ya no tendría continuidad y empezaron a moverse en este país cosas. Ahí estábamos nosotros, contándonos a nosotros mismos en esas películas.
Yo tuve la suerte de ser un poco eso: la correa transmisora de tanta inquietud, canijez, pena, tristeza y, al mismo tiempo, tantas ganas de salir del hoyo.
Al final siempre has dicho que eres muy del Método Stanislavski y luego de la Niña de los Peines. Pero, en este caso ¿los personajes se identificaban más contigo o tú con ellos?
Siempre he intentado negociar con los personajes que me han tocado en suerte, incluso este que estoy haciendo ahora de Nicolás en Señora de rojo sobre fondo gris. Intento que una parte de mi manera de pensar aparezca por ahí de vez en cuando. Estoy más cerca de James Stewart que de algún otro fenómeno más comprometido.
Películas como Solos en la madrugada o Asignatura pendiente eran un termómetro de la calle. ¿Había cierto respeto a que subiera la temperatura con las películas que hacíais?
No, no, para nada, tengo serias dudas de que, al salir de un cine, la gente fuese a asaltar la Bastilla o el Palacio de Invierno. No se llega a tanto (se ríe). Sí vinieron otras después como El diputado, Operación ogro… Ahí sí se ponía la carne en un asador.
Pero yo encantado de la vida, jamás arrepentido de haber dado esos pasos. Lo que pasa es que la historia no se hace ni desde la literatura ni desde el arte, lamentablemente. La historia la hace el que tiene el tanque, el cañón y el que tiene la pela, eso es así.
No era ni muy guapo, ni muy feo, ni muy listo, ni muy tonto… ese sería el retrato de la mediocridad (…) un poco donde se podía mirar el españolito de a pie”
Ya que has mencionado El diputado, ¿cómo fue ponerse a las órdenes de Eloy de la Iglesia? Era un director que mostraba cierta irreverencia. En Quinqui Stars decías que Eloy de la Iglesia “ponía los huevos” donde otros ponían la cámara ¿Fue eso lo que te atrajo para aceptar esas películas?
Había que contar eso. Con Eloy tuve que negociar, y hablamos y reconsideramos ciertas declaraciones de principios del personaje. Pero yo encantado. En estas película ya no solo hay la ilusión de trabajar, de ser peliculero, sino también una forma de compromiso conmigo mismo como ciudadano: de estar contando unas historias que alguien tendría que conocer, y que posiblemente fueran de alguna utilidad a quien las viera.
Esa crudeza que mostraban esas películas, ¿sería hoy posible en el cine?
Sí, claro que sí, la problemática en muchas ocasiones ha sido superada y está en otros parámetros, pero no tengo ninguna duda de que el tipo de problema y censura que puede darse hoy es de carácter comercial o incluso industrial. Pero no habría ninguna censura que viniera del poder político, por así decirlo.
Ese consenso a la hora de abordar un personaje como el de El Diputado, ¿ha sido una práctica que has tenido como habitual en otros papeles?
Sí, siempre que ha habido ocasión, si la he tenido lo he manifestado y normalmente me ha sido siempre aceptada la propuesta. Otra cosa es que luego el director decidiese lo que pensara que era mejor. Pero sí, me ha gustado intervenir. De hecho, en la última película con mi amigo Fernando Colomo le sugerí recuperar unas cosas de una novela de Stevenson que me parecían oportunas, a propósito de unos piratas y unas cosas. Siempre me ha gustado meter la cucharilla.
En proyectos sucesivos te pusiste a las órdenes de otros grandes nombres. Qué recuerdos te vienen a la cabeza con estas películas que te voy a decir, empezando por El viaje a ninguna parte.
Uf… son películas, acontecimientos, que van más allá de la bondad de la película en sí. Todo lo que ocurre desde la propuesta, una historia como esa tan hermosa… Y luego está el conjunto de compañeros, y el hecho de rendir homenaje a los cómicos de la legua. Son películas que, aunque hubieran salido un churro, por el simple hecho de estar en ellas ya valía la pena. Después las satisfacciones han sido múltiples, por supuesto.
Aunque ya no hay cómicos de la legua ¿sigue siendo la profesión tan difícil en este país?
Sí, es una profesión que está siempre con la inseguridad, lo imprevisible. Yo lo aprendí de Fernando. Hay que estar siempre muy espabilado, saber si vas a mantener el equilibrio. Nunca sabes muy bien dónde estás. Esto es algo consustancial con este oficio. De todas maneras, ya no es lo mismo. Ahora los cómicos se lavan con agua caliente y duermen en camas confortables.
Hemos dejado a Fernán-Gómez y ahora vamos con Luis García Berlanga: ¿Qué te viene a la cabeza si te nombramos La Vaquilla?
Otra gran película y otro gran acontecimiento en todos los aspectos. Por la película en sí, y también por lo que fue el rodaje. Resumir esto es muy difícil sin echar mano del tópico de la frase hecha y el lugar común. Porque ¿qué te voy a contar ahora que no se haya dicho ya de La Vaquilla como película? En cuanto a mi experiencia personal, una gozada. Al margen del pánico que pasé con la vaca brava aquella. Al final, el plano se rodó con una vaca mansa, pero el miedo que yo pasé con las primeras vacas bravas fue jodido.
También estuviste a las órdenes de Pilar Miró con El pájaro de la felicidad ¿Qué nos puedes contar de este rodaje?
Pilar fue una fuera de serie, una mujer en su sitio. Fue una de las primeras mujeres que, a la hora de defender el feminismo, no hablaba: actuaba. Y su comportamiento, no solamente como directora o como mujer de la cultura, sino como responsable de la dirección general de cine y de televisión, es ejemplar en todos los aspectos.
Pilar Miró fue una de las primeras mujeres que, a la hora de defender el feminismo, no hablaba: actuaba”
Estos nombres ¿te ayudaron en tus primeros trabajos como director?. Llevaste la batuta hasta en tres cintas, entre ellas, Cara de acelga, Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?…¿Cómo calificarías esta experiencia que tuviste detrás de la cámara?
Breve pero satisfactoria. La primera, y la que más me gusta, es Soldados de plomo, sin duda ninguna. Un regalo que me hizo mi amigo Eduardo Mendoza. Creo que conseguí pegar los planos. De hecho, ahora, con motivo de la concesión del Goya, la están revisando y bueno, estoy contento. Ha sido breve pero satisfactoria.
¿Se quedó en eso, en una experiencia? ¿No cabe la posibilidad de que te veamos de nuevo de realizador?
No, el cómico Sacristán tiene trabajo y el director Sacristán requiere mucho tiempo y mucha energía; no sé si ahora sabría manejarme con las nuevas técnicas. Ahora, cuando participio como actor en series o películas, me quedo flipao viendo que tengo ahí a las cámaras y todo el proceso de lo que es la manufacturación de las películas. Es algo apasionante, pero yo no sé si sabría manejarme ni me lo planteo ya a estas alturas.
Has comentado el tema de nuevas herramientas con la cámara. Además del aspecto técnico, también están esas novedades en cuanto al discurso narrativo. Continúas aceptando trabajos, poniendo tu experiencia al servicio de nuevos nombres, por ejemplo, con Javier Rebollo, quien te dirigió en la película El muerto y ser feliz. ¿Qué te atrajo para aceptar el guion?
La filmografía de Javier era muy interesante. Y, a esas alturas de mi trabajo, una propuesta de esa naturaleza, además rodada en mi querida Argentina, suponía toda una peripecia, toda una aventura. Descuidarla hubiera sido una sandez. Estoy encantado, al margen de que me ha proporcionado el Goya, el Gaudí y montones de reconocimientos.
La experiencia en sí del rodaje fue maravillosa. ¿Cómo rechazar una cosa así? Si rechazas una cosa así es que estás muerto, coño. Es que no tienes ni idea de lo que es este oficio.
Al margen de esta película ¿Qué tiene que tener ahora un guion para que lo aceptes?
Sobre todo que nunca ponga “exterior noche”: si pone eso, ya no vale. Ahora la mecánica del cine y la tele ya me molestan un poco; o sea, esos madrugones, el frío del invierno, el calor del verano, los tiempos muertos, las horas de rodaje… El teatro viene ahora a resolver prácticamente todas mis necesidades, tanto personales como profesionales. Basta con que ponga “exterior noche” para que yo rechace un guion.
Basta con que ponga “exterior noche” para que yo rechace un guion”
Hablando un poco más de reflexiones sobre la interpretación: después de más de seis décadas dedicadas a la interpretación ¿crees que ya es el momento de decir que has superado el máster de Fernán-Gómez?
No, eso es insuperable. Ahora le rendí un homenaje con un texto mío, una lectura dramatizada de la primera parte de El tiempo Amarillo que hicimos en el Fernán-Gómez (El hijo de la Cómica, se llamaba). Estoy aproximándome, pero todavía muy de lejos y solo en la disciplina de Fernando actor; lo demás es inalcanzable para mí, totalmente. Lo que sí es la emoción cada vez que lo recuerdo; y la suerte de haberle disfrutado como amigo y seguir sus consejos, que no son pocos.
¿Hay algún actor o actriz en la actualidad que pueda estar también en primero de Fernán-Gómez?
Hay muchísimos ahora. Yo te aseguro que, de un tiempo a esta parte, la generación de actores y actrices no desciende lo más mínimo. Al contrario. Hay un talento, un coraje y un amor a este trabajo formidables, y que a mí me alegran y me emocionan. Sobre todo, me gusta mucho compartirlo con ellos.
¿Qué te han enseñado estas nuevas generaciones?
Hay una aproximación a la verdad que es muy interesante y lo que siempre digo: no sé lo que pensaría Salieri cuando escuchaba a Mozart, pero por ahí va la cosa. Pobre de aquél que piense que en este oficio ya lo sabe todo, porque debe ser un coñazo; debe ser aburridísimo y además está en un error. Hay momentos en que tú dices: “cuidado, escucha y mira”. Y entonces escuchas, miras, y aprendes.