Llegar, dejar huella e irse: Paco Martínez Soria en ‘La ciudad no es para mí’
Lo notas desde la primera vez. Desde que tu pie cruza el umbral de la estación de Atocha, ya te encuentras con una glorieta gigantesca, un edificio faraónico y un par de avenidas a modo de intersección —o tres, o cuatro, ya te desorientas— que concentran miles de coches, gente que va casi tan rápido como ellos y ruido. Mucho ruido. Y has llegado desde el pueblo dispuesto a comerte la ciudad, pero esta te supera: cruzas la calle sin pensar que existen los semáforos y, encima, para tu gusto, la gente de allí es demasiado hostil. Y te das cuenta de que eres Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí.
Porque, aunque la comparación pueda parecer lejana en edad del personaje, época y contexto político y social, muchos, en esos primeros compases, hemos visto la ciudad como un campo de minas, como si no compartieras nada con esa forma de vida tan histérica . Y esa es una de las grandezas de La ciudad no es para mí; una película que, en este aspecto, vence al tiempo y las generaciones.
Estrenada en 1966 y comandada por dos maestros del cine popular como Pedro Lazaga (en la dirección) y Pedro Masó (en la producción), la película batió récords en las salas comerciales con más de cuatro millones de espectadores. Estábamos en pleno desarrollismo franquista y la urbe, especialmente Madrid, comenzaba a erigirse como el centro de todo y cabeza visible de los avances socioeconómicos; un remedo de lo que eran otras ciudades europeas mucho más avanzadas. Era una ocasión perfecta para plantear, en clave de humor, esa disyuntiva entre campo y ciudad, entre nuevos y viejos valores, decantándose, como ya veremos, por estos últimos.
Don Paco, la verdadera clave del éxito
Pero si todos conocían las desventuras madrileñas de Agustín Valverde (el personaje principal) era, sin lugar a dudas, por Paco Martínez Soria. De hecho, la versión cinematográfica pudo ser gracias al previo éxito de masas de la obra teatral, también protagonizada por el actor aragonés. Él ya era todo un gerifalte del mundo del teatro y poseía una importante compañía, pero con La ciudad no es para mí provocó miles de carcajadas en las principales ciudades españolas. Una comedia que, bajo pseudónimo, había sido escrita por Fernando Lázaro Carreter, prestigioso académico y autor de ‘El dardo en la palabra’.
Y fue a partir de esta película, en el año 1966 y prácticamente con la edad de jubilación cumplida, cuando Paco Martínez Soria comenzó su época dorada como actor de cine. Anteriormente, y casi siempre junto a Ignacio F. Iquino —con quien guardaba una estrecha relación desde sus inicios en el teatro— había cosechado pequeños papeles durante los años 40 como El difunto es un vivo o Un enredo de familia, y alguno con mayor relevancia en los 50. Después llegarían los que todos tenemos en mente: El turismo es un gran invento (1968), Abuelo made in Spain (1969), Don Erre que Erre (1970), Estoy hecho un chaval (1976)… taquillazos instantáneos que han quedado en el imaginario colectivo como las películas de Paco Martínez Soria, sin desmerecer al resto de responsables.
La ciudad no es para mí: una película de contrastes
¿Madrid o Calacierva? Agustín Valverde (es decir, Paco Martínez Soria), un sesentón rural aragonés, marcha a Madrid para visitar a su hijo (interpretado por Eduardo Fajardo) tras quedarse viudo. Lo deja todo: sus quehaceres, su casa y su gente, esa que le demuestra cercanía y humanidad; un lugar donde no hay jerarquías, donde todos son iguales. Y se lleva una maleta roñosa, un par de gallinas y, lo más importante, el gigantesco retrato de su difunta Antonia.
Lo que se encuentra en la gran capital, nada más poner pie a tierra en Atocha, es una ciudad deshumanizada (con un intento de estafa en su primer encuentro), con ritmos distintos y prisa, mucha prisa. Y todo ello con una interpretación de Martínez Soria que genera empatía desde el primer momento. Empatía y buenos momentos, con ese tono irónico y campechano tan difícil de lograr, ese gesto de incomprensión que nos invita a sonreír en señal de complicidad y ternura.
La familia…y Gracita
Agustín se esperaba una cálida acogida en el seno familiar de su hijo y se encuentra con todo lo contrario: es una familia burguesa, ya cien por cien madrileña en la que Luchi (Doris Coll), su nuera y años atrás paisana, se ha convertido en una déspota que reniega de sus orígenes y su suegro.
Por su parte, Agustín hijo es un prestigioso médico que lo da todo por su trabajo, pero está ausente en casa y no tiene interés por la cohesión familiar. De este modo, el personaje de Paco Martínez Soria tan solo encontrará dos aliadas: su nieta Sara (Cristina Galbó) y, sobre todo, la doncella Filo, una estupenda Gracita Morales que aguanta lo indecible ante la displicencia con la que la trata Luchi.
Y es en ese cambio de ecosistema de Paco Martínez Soria, plagado de situaciones cómicas en su nueva casa, donde queda patente la intención de ensalzar los valores tradicionales frente a los que comenzaban a imponerse. Como ejemplo tenemos la escena en la que nuestro protagonista intenta cambiar un Picasso por el retrato de su difunta esposa, sin que Luchi lo consienta; la belleza, o las apariencias, frente a la familia. Y puede que Agustín no sea el más culto; tampoco entiende de protocolos ni de formalidades. Pero se valdrá de un gran corazón para ir, poco a poco, ganándose la admiración de las gentes de la ciudad.
También destacar que, al margen de los ya mencionados, grandes actores como Alfredo Landa, José Sacristán y José Sazatornil también contaron con un papel secundario en La ciudad no es para mí.