Repasamos algunos de los momentos claves y más icónicos de la filmografía del realizador y guionista, José Luis Garci
Ya sea en su faceta como divulgador, crítico de cine o cineasta, el cine corre por las venas de José Luis Garci. Desde que un flechazo en forma de Lo que el viento se llevó se cruzó en su camino, este madrileño de ascendencia asturiana, se hunde de lleno en lo que él llama como “vida de repuesto”.
Primer cineasta en conseguir para España el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa. Guionista de la primera producción televisiva en conseguir un Emmy… La lista de barreras que ha roto este antiguo administrativo del Banco Ibérico, es casi infinita. Una vida y trayectoria dedicada al séptimo arte, y que desde FlixOlé vamos a intentar resumir en 10 grandes momentos de su filmografía.
La cabina (Antonio Mercero, 1972)
Una pequeña trampa. El cortometraje que encumbró a José Luis Garci no estuvo dirigido por él. A estas alturas la historia ya es bien conocida por todos. Tras sus trabajos como guionista para León Klimowsky y Antonio Giménez Rico, Mercero encarga a un joven Garci la historia del mediometraje. Un hombre cotidiano (José Luis López Vázquez) queda encerrado en una cabina de teléfonos sin motivo aparente detrás del incidente. Un proyecto que fue recompensa de TVE a Antonio Mercero por el gran éxito del programa de Crónicas de un pueblo, y que en principio iba a formar parte de un recopilatorio llamado 13 pasos para lo insólito.
La cabina es la respuesta perfecta al modelo de televisión de género que emprendió Rod Serling en Estados Unidos. Aunque muchos críticos han querido ver parábolas sobre la dictadura, su juego entre lo cotidiano y fantástico apuesta claramente por la herencia de En los límites de la realidad. Un éxito fuera de España que fue incomprendido en su estreno por el halo de misterio de su propuesta.
Historia de un beso (José Luis Garci, 2002)
El Garci más romántico. Una historia de amor en dos tiempos. La melancolía y la nostalgia más oscura, habituales de su cine. Blas Otamendi, célebre escritor, regresa a su pueblo natal para pasar los últimos días de su vida. Es la historia de un amor en el ocaso de la vida. La historia del amor procesado de un sobrino hacia su tío. El amor hacia la vida, el primer beso, los primeros pasos hacia la madurez… Apoyado en la complicidad de dos colaboradores habituales como Alfredo Landa y Carlos Hipólito, Garci pintó un lienzo sobre el tiempo como maestro de la existencia.
Narrada en dos tiempos diferenciados (20s y 40s), es la crónica del primer beso; también del último. La historia del amor como sensación. Como proceso. Como meta inalcanzable y deseada de la vida. La realización material y espiritual de la figura masculina concebida por Garci. Una conversación de Alfredo Landa con Ana Fernández como sinónimo de la expresión romántica más pura.
Secuencia inicial de El Crack (José Luis Garci, 1982)
Si por algo se caracterizan las películas de El Crack es por sus grandes escenas iniciales. Garci siempre ha tenido claro que tenía que agarrar al espectador por la pechera desde el comienzo. La dedicatoria a Dashiell Hammet con la que comienza es toda una declaración de intenciones. El largometraje parece responder a la pregunta quimérica de traducir los postulados del cine y literatura negra americana a la España de la Transición. Todos conocemos la compulsión casi enfermiza por cultivar referentes culturales y plasmarlos en sus largometrajes pero poco se alaba su fina mirada para retratar las miserias del país. Garci siempre ha sabido tomar el pulso al zeitgeist nacional y constatar en celuloide sus obsesiones.
La presentación de Areta como personaje no podría resultar más icónica. Por un lado, Alfredo Landa, referente de la comedia española reinventado por obra y gracia de Garci. Por otro, el atraco inicial reminiscente de cierto policía americano de métodos expeditivos. Todo rodeado de simbología española. El paquete de Winston, la botella de vino, el mechero, José María García sonando por la radio… Una escena que, más que una presentación, es toda una declaración de intenciones.
Asignatura pendiente (José Luis Garci, 1977)
El tiempo es una constante en la filmografía de José Luis Garci. De manera consciente o no, muchas de sus películas parecen marcadas por este inclemente juez. El tiempo, en su inmensa mayoría pretérito. El tiempo perdido. El tiempo que ya no nos pertenece. El tiempo como frío ejecutor de la vida que pasa y se encarga de tirar abajo los sueños de juventud. El tiempo que en España transcurre de particular manera. El tiempo marcado por sucesos claves en la historia reciente de nuestro país.
El tiempo juega un papel clave en Asignatura pendiente, quizás la película más simbólica de Garci sobre la Transición. Una historia sentimental de esa generación que vio sus anhelos derrumbados por la represión de la dictadura. Fiorella Faltoyano y José Sacristán representan a la perfección a una pareja de amantes perdidos que intentan recuperar el amor de esos años perdidos. Nada parece cambiar, pero en realidad todo ha cambiado por el paso del tiempo.
Secuencia inicial de El Crack Dos (José Luis Garci, 1983)
Un ritual de iniciación. Cada introducción de una película de El Crack es un proceso tan pensado de antemano que incluso sobreviven a las circunstancias. La secuencia inicial de El Crack Cero era tan potente que perduró al fallecimiento de Alfredo Landa y a convertirse en precuela. Una idea poderosa es el mejor acto de resistencia. Más allá de su carácter narrativo, estas escenas son introducciones al mundo de Areta. Un viaje interior hacia su persona y sus circunstancias.
Si en la primera entrega asistíamos al lado más estoico de Areta, en esta segunda, el mus nos lleva de la mano a su lado más personal. Un juego español, de mentirosos pero también de lealtad y compañerismo. Una definición del personaje a través de su contexto. Lo español, lo propio, mezclado con la tradición norteamericana.
En este caso, Garci dedicaría la película a Raymond Chandler. Una partida de cartas que se convertiría en la metáfora perfecta para el desarrollo de la película. La famosa cara de poker del detective privado de nuevo recontextualizada en un juego travieso con la mirada del espectador.
Las verdes praderas (José Luis Garci, 1979)
Pocos cineastas españoles han sido capaces de reflejar la Transición de manera tan melancólica y reflexiva como Garci. A pesar de que su cine nunca ha buscado la vocación social, a través de sus historias ha sido capaz de ofrecer una mirada crítica y pesimista sobre la supuesta modernización del país a raíz de la caída del franquismo.
Alfredo Landa estaba acostumbrado a decir que, de todos sus papeles, su mejor interpretación se encontraba en Las verdes praderas. La historia de un matrimonio de clase media que para alcanzar una vida mejor se encomienda a un chalet en las afueras de Madrid donde pasan los fines de semana. Una historia que navega entre la comedia (amarga) y el drama y que pone en solfa el mito del desarrollismo español. A pesar de la bonanza económica de una nueva generación, la infelicidad e insatisfacción se escondían a la vuelta de la esquina.
José Bódalo en El Crack dos (José Luis Garci, 1983)
Garci siempre ha sentido una profunda admiración por sus intérpretes. Dentro de su erudición y devoción, los actores siempre han ocupado un lugar fetiche en su corazón. Son muchos los intérpretes norteamericanos por los que Garci ha proferido su admiración. Desde Cary Grant a Humphrey Bogart, pasando por Robert Mitchum. Sin embargo, pocas veces se comenta el fervor y la lealtad que ha demostrado a lo largo de su carrera con los intérpretes españoles.
Aparte de trabajar con algunos de los nombres más grandes de nuestra historia como Fernando Fernán Gómez o José Sacristán, fue capaz de dar un vuelco a la carrera de Alfredo Landa tras años de reclusión en papeles cómicos. Y supo rodearse de una camarilla de actores leales con los que fue repitiendo colaboraciones a lo largo de los años. Miguel Rellán, Carlos Hipólito, Fiorella Faltoyano o María Casanova… Pero quizás una de sus mayores recuperaciones sea la de José Bodalo.
Veterano actor secundario de cine y con larga trayectoria como secundario de lujo en el cine español, siempre será recordado por sus participaciones en Volver a empezar o por regalarnos momentos tan mágicos como este en la saga de El Crack.
Sesión continua (José Luis Garci, 1984)
Vida de repuesto o realidad prestada. Las películas de Garci transitan en un limbo entre la vida real y la cinematográfica. Es imposible entender la una sin la otra y sin las energías que confluyen entre ellas. La vida es cine y el cine es vida. Desde las citas literales a algunas de sus películas favoritas, pasando por tertulias cinéfilas y, por supuesto, paseos por la Gran Vía cuando estaban repletas de salas y de carteles cinematográficos.
Si para Garci, “el cine es una explosión de la vida”, Sesión continua sería su máxima expresión. La intrahistoria de la creación de una película. La historia de amistad entre un director de cine recién divorciado (Adolfo Marsillach) y su amigo guionista (Jesús Puente). El cine (¡y el fútbol!) como acto social, desposeído de su parafernalia cultural. Una manera de buscar la reconciliación con sus hijas a través de una simple sesión de El retorno del Jedi en los cines madrileños Palafox.
La radio de Solos en la madrugada (José Luis Garci, 1978)
No solo de cine y de literatura ha vivido el cine de José Luis Garci. El cineasta ha sabido transmitir el valor de la radio en España como medio de comunicación social. Ya sea utilizando Supergarcía como gimmick en el comienzo de El Crack o como homenaje a la radio y a sus protagonistas en Solos en la madrugada. Más que la prensa escrita, la radio se convirtió en el medio de comunicación por excelencia de la Transición. La televisión aportaba imagen y espectacularidad pero la radio permite ensoñación.
La magia de las ondas es que precisamente el oyente es incapaz de ver lo que hay detrás. Ese hálito invisible permite fantasear con mayor facilidad sobre sus intrahistorias y ficcionalizar sobre el medio. La crisis personal de un locutor de radio de madrugada permite al cineasta reflexionar sobre el presente y pasado de España. El proceso histórico forma parte del emocional de cada individuo. Un precioso homenaje al medio radiofónico que acabaría haciendo suyo en programas como Cowboys de Medianoche.
Tíovivo c.1950 (José Luis Garci, 2004)
Siempre se ha tendido a considerar a Garci como un cineasta clásico. Quizá él mismo se consideraría así si alguien se lo acabara preguntando. En sus últimas películas, el realizador ha evolucionado su narración hacia nuevos horizontes no narrativos. Sus últimas películas parecen emparentarse cada vez más con las formas teatrales. Películas que parten de situaciones, de guion y del placer de la conversación. La escena individual como cuerpo narrativo. El pasaje como alma del filme.
En este sentido, Tiovivo c.1950 se puede considerar como el mejor ejemplo de esta evolución. La confianza suprema en un grupo de actores excelsos que crean escenas como si de paisajes pictóricos se pasasen. Una batidora clásica y a la vez moderna que es capaz de congeniar universos tan diversos como el de Galdós, Cela, Edgar Neville o Mihura.