Entrevista a López Magerus, hijo de José Luis López Vázquez
Sobre López Vázquez: “Hacía lo que le pusieran delante y le daban igual ocho que ochenta”
Capaz de parlotear y encadenar hilarantes situaciones en pantalla, José Luis López Vázquez adquiría un carácter más reservado de puertas para dentro. Parco en palabras a la hora de hablar sobre su persona y profesión, no se prodigaba en detalles ni anécdotas. José Luis López Magerus, hijo del centenario actor, abre el mundo interior de López Vázquez y nos explica cómo se convirtió en uno de los mejores actores de nuestro cine.
Estás trabajando en un documental sobre la trayectoria profesional de tu padre: José Luis López Vázquez. Por razones obvias, bebes de fuentes de primera mano. Sin embargo, en este proceso de investigación ¿has descubierto algún detalle que no conocías de él?
No
¿Era totalmente transparente y cristalino?
No. No era cristalino ni transparente, pero he tenido una relación muy intensa. Sobre todo en los últimos años, cuando estaba ya mayor y enfermo. Estuve muy preocupado por él, atendiéndole al 100%. Eso también te ofrece ese momento de confidencialidad; cosa que nunca tuve con él previamente. Nos fuimos encontrando poco a poco en ese momento.
Lo malo hay que dejarlo atrás, porque si no es un veneno. Hablamos mucho y fue, francamente, valioso. De todas maneras, yo sabía de él antes: me interesaba su figura, su persona y personaje, y su trayectoria.
Antes de ser la válvula de escape de España en la gran pantalla, José Luis López Vázquez trabajaba como figurinista y dibujante en compañías de teatro. Sin nada de experiencia previa, recibió encargos de personalidades como el guionista, director y dramaturgo José López Rubio. ¿Cómo se fraguó toda esa etapa y profesión?
La gente apreciaba su trabajo. El hecho de que entrara, después de la guerra, en la Subsecretaría de Prensa y Propaganda fue casual. Había pertenecido a las Juventudes de Carrillo, lo depuraron y se tuvo que ir del laboratorio de farmacia donde trabajaba con su madre. Acto seguido aparece en Falange, donde le ponen a hacer fichas para clasificar su archivo fotográfico porque tenía muy buena letra.
Un buen día llega por ahí Pepe Caballero, quien había trabajado con Modesto Higueras, jefe del Teatro Español Universitario (TEU). Ambos habían estado con Federico García Lorca en La Barraca, pero extrañamente les metieron en la Subsecretaría, sin ser adeptos al régimen.
Pepe Caballero se dio cuenta de que López Vázquez tenía una letra impecable y que era metódico. Después de preguntarle si dibujaba, López Vázquez empezó a hacer figurines y a hacer los decorados de las funciones. Después le tantearon si quería entrar en el grupo de teatro e interpretar, y se metió. A partir de ahí, fíjate lo que salió…
La faceta cómica del José Luis López Vázquez actor era una de las más recurrentes en sus inicios, quizá también por esa cercanía con el español medio. Curiosamente, esa comicidad que tenía en la gran pantalla era opuesta a su persona. ¿Cómo podía llevar este tipo de papeles con tanta naturalidad?
Era camaleónico. Era un personaje multifacético. No sé cómo era capaz de asumir todo eso; ni él tampoco. Él se entregaba: no era de escuela, sino de sentarse, meter codos, leerse los guiones siete veces y luego empezar a memorizar. Es muy curioso porque no hay dos papeles iguales; incluso en su faceta cómica (comienza a imitar el tono de su padre) tienes una pincelada que no es igual. No era cartesiano, sino que daba un poquito más.
¿Cómo era de puertas para dentro?¿Le gustaba el humor?
Humor poco. Lo apreciaba, porque le gustaba mucho Jack Lemmon, Peter Sellers, Billy Wylder… Se moría de risa con ellos, pero él no era así: era taciturno, melancólico, con una vida interior muy intensa, que no propagaba además. Decía: “Soy esclavo de un orden incierto”.
Las pasó muy putas, y eso es un marchamo en la frente. El pavor de no tener permitió que hiciese de todo”
Recorriendo su carrera y filmografía, López Vázquez admitía su preferencia por papeles cómicos. Siendo éstos antagónicos a su persona, ¿por qué los prefería?
No creo que fueran preferencias. Él lo hacía todo, pero todo por hambre. Para no volver a pasar hambre, ni verse desprovisto de la vida. Él las pasó muy putas, y eso es un marchamo en la frente. El pavor de no tener permitió que hiciese de todo. ¿Cómo lo encauzaba? Es ignoto, yo no lo entiendo.
Sobre el salto al cine, hay que destacar su trabajo como dependiente en Galerías Preciados en Esa pareja Feliz. ¿Cómo recibió la llamada?
No le llama Berlanga ni Bardem, sino Rodero (el actor José María Rodero), que era íntimo amigo de mi padre. Una noche, estaba en cama y le sonó el teléfono. Le llamaba Rodero diciéndole que se necesitaba un dependiente en Galerías Preciados; mi padre le respondió que estaba mal económicamente, pero no como para ser dependiente, a lo que Rodero le explicó que era para un rodaje de “unos muchachos”: Berlanga y Bardem.
Rodero le pidió que acudiese a Galerías Preciados para que hiciese una cosa que no está ni acreditada en la película. Sin embargo, Berlanga se quedó con la copla y pensó: “este tío merece la pena”.
Berlanga siempre destacó la capacidad de cerrar los textos de José Luis López Vázquez, lo que le convirtió en un imprescindible de la filmografía del valenciano.
El siguiente proyecto fue Novio a la vista, donde estaba muy gracioso. Después hace Los jueves, milagro, donde hace de cura doblado, porque entonces José Luis tenía trasiego y no pudo doblarse. Después hace Plácido, una de las grandes películas del cine español. Eso es una fiesta: ¡cómo están todos, cómo funciona…! Tiene una actualidad absoluta, se puede seguir viendo y no te aburres jamás. Son miles de detalles.
Luego llegó El verdugo. Azcona y Luis Berlanga hicieron el papel para él, pero por cuestiones económicas y financieras tuvieron que acudir a una coproducción con Italia. Aquí eran muy listos e impusieron el primer actor y el director de fotografía. Le dieron el papel a Manfredi, y mi padre, cuando se entera por Luis que no puede hacer el protagonista, se cabrea, lógicamente. Sin embargo acepta, viendo la inmensidad de la película, el papel secundario haciendo del hermano del protagonista.
De hecho, el protagonista se llama José Luis, en un homenaje a mi padre. Hace un papel que son tres secuencias, ocho minutos, pero con una presencia impresionante. La escena de medir las cabezas fue idea suya. Berlanga decía que no había otro actor con semejante revolera. Estaba presente siempre.
La dupla López Vázquez-Gracita Morales
Mencionabas la película Plácido. Ciertos expertos coinciden a la hora de señalar que quizá sea la obra más impersonal de Berlanga por esa influencia de Azcona y El pisito de Marco Ferreri, la primera película que protagonizó el actor. Bajo una apariencia cómica, la película introducía temas verdaderamente críticos (como el problema de la vivienda o la situación de miseria que se vivía). ¿Se sentía cómodo con estos papeles, teniendo en cuenta que el fantasma de la censura pululaba por ahí?
Era su propia vida. Él se sentía reflejado en aquello porque lo estaba padeciendo. El pisito es la primera película protagonista de José Luis; primera como director de Ferreri, un comerciante de ópticas de cine; y también es la primera película de Azcona como guionista. Se ponen a trabajar y, fíjate, con esos mimbres lo que lían.
Es tremenda la película. Fue a partir de ahí cuando mi padre se da cuenta de que tiene que ser actor, y que tiene que dejarse de historias de dibujos y decorados. Y se nota que él está ahí, absorbiendo toda esa vida tremenda, y tiene que darle salida a ese espíritu. Y de ahí arranca.
Señalabas que López Vázquez era de “hincar codos”. Sin olvidarnos de los textos de Azcona ¿le tomaba más tiempo?
Con impulso y trabajo: lo hacía machaconamente. No se creía el personaje, ni se lo traía a casa. Hay que entender que llegó un momento en el que hizo cine, teatro y televisión el mismo día. Venía un coche de producción por la mañana, se iba al rodaje; a la hora de comer se iba a TVE, donde hacía un directo; le recogían otra vez, acababa la jornada de la película y a las siete de la tarde levantaba el telón. Y luego, otra función a las once de la noche.
Tuvo hasta 11 películas en un año. Era una cosa esquizoide”
¿Pasaba poco por casa?
Muy poco. Tuvo hasta 11 películas en un año. Era una cosa esquizoide, teniendo en cuenta que tienes que saber el personaje que tienes que llevar a cabo. Es increíble.
Con quien compartía mucho tiempo era con Gracita Morales, pues ambos protagonizaron un buen puñado de películas, todas un éxito de público. ¿Qué tenía esta dupla que la hacía tan querida?
Empezó con ¡Cómo está el servicio!. Con Gracita, que era un portento (luego lamentablemente divergió y… en fin), el tiempo que estuvieron juntos como pareja cómica fue un éxito arrollador. La gente además los asocia como una unidad.
En las comidas familiares, ¿contaba López Vázquez alguna anécdota con la actriz?
Mi padre nunca hablaba, pero yo, que también tengo algo de observador, veía que con Gracita había una relación, aunque no próxima. Padre no se prodigaba en detalles ni anécdotas.
En cuanto a historias, hay una muy curiosa con la película de Pedro Lazaga, Un vampiro para dos. Entonces se hacía un cine que no tenía ni pies ni cabeza. El arranque de la película es magnífico, con ese matrimonio que no se encuentra nunca: cuando uno va el otro llega, pluriempleados… un desastre.
La trama hace que los protagonistas se tengan que ir a servir a Alemania a casa de un conde. El caso es que se fueron a rodar a Alemania, con la cámara al hombro, sin permiso ni nada. Todo lo del avión y del aeropuerto está rodado a pelo: llegaron a Düsseldorf con las maletas de cartón y los policías alemanes no daban crédito de todo aquello.
De pronto se oyó la voz de Gracita Morales gritando “¡españoles, españoles, que me violan, que me violan!”
En el avión, que sería un Caravelle, estaban rodando y de pronto Gracita, que había mirado por la ventanilla, dice “¡Uy, cuánto humo!”. A la azafata le dice que el motor se está quemando; efectivamente, tuvieron que hacer un aterrizaje de emergencia. Salieron al cabo de cuatro o cinco horas y llegaron a Düsseldorf a las tantas. Ya en el hotel, se metieron en sus habitaciones para dormir. De pronto se oyó la voz de Gracita Morales gritando “¡españoles, españoles, que me violan, que me violan!”. Salió el equipo y estaba Gracita en bragas en mitad del pasillo del hotel junto a un señor, quien se había equivocado de habitación y se había metido en el cuarto de Gracita (risas). Fue una situación absurda.
Gracita era muy obsesiva. Tenía una obsesión por la limpieza: llegaba a un hotel y llevaba consigo una botella de alcohol de 96. Rociaba todo y le pegaba fuego. Claro, ardían las cortinas de la ducha, las toallas…
El José Luis López Vázquez sin bigote
De esas comedias pasó al drama de Peppermint frappé con Carlos Saura. Este cambio afectó a la relación entre José Luis López Vázquez y Saura, que en sus inicios no fue la mejor ¿Qué fue lo que pasó?¿Se vivió tensión?
Cierta tensión, no. Mucha tensión. Mi padre se encontró en un ámbito no propio. Venía de otro cine y de pronto acabó en casa Querejeta, con gente joven y otra visión del cine. Igualmente, no se veía con el método de trabajo de Saura, quien le hizo además quitarse el bigote. “Sin bigote me veo cara de lavabo”, decía mi padre.
Luego se fue soltando. Fue viendo que aquello funcionaba y que la película tenía un empaque. Se fue tranquilizando y a partir de ahí El jardín de las delicias y La prima Angélica. Luego en Ana y los lobos, no pudo hacerla porque José María Prada cogió su papel, y desde entonces no tuvieron más relación.
Después vino Pedro Olea, quien se deshizo en halagos con José Luis, a quien llamó el Jack Lemmon español. Este director convirtió a tu padre en un licántropo en El bosque del lobo. ¿Qué había detrás de los focos en esta película?
Es una película sumamente válida y actual. Tuvieron problemas porque había poco dinero, lo producía Pedro. Luego se puso enfermo el decorador el primer día de rodaje. Al final, toda la parafernalia del buhonero lo hizo mi padre, volviendo a sus raíces como ambientador y decorador. No deja de ser curioso.
El primer día de rodaje en Alcalá de Henares entró en crisis, diciendo que no se veía, que estaba haciendo el ridículo”
Poco después, José Luis López Vázquez estrenó su película más arriesgada: Mi querida señorita. Fue un papel que trajo de cabeza al actor. Tanto es así que en un primer momento se negó a participar. ¿Cómo se resolvió esta situación?
Se mostró reticente cuando recibió el guion. Se asustó. Pensaba que se iban a reír de él por disfrazarse de señora con una peineta y un clavel. Había hecho El bosque del lobo y el cine de Saura, pero aún quedaba ese acervo de personaje cómico y no lo veía. No contestó a Armiñán ni a Borau (el productor) y ahí quedó la cosa. Después debió de reflexionar y entendió que era un papel válido que merecía la pena. Pero entonces no le cogieron el teléfono. Él insistía, y no le contestaban.
Finalmente llegaron a un entente cordiale y se pusieron en marcha: empezaron con pruebas de vestuario, peluquería y maquillaje. El primer día de rodaje en Alcalá de Henares entró en crisis, diciendo que no se veía, que estaba haciendo el ridículo y se iban a reír de él. Le cogió Jaime y le dijo “déjate de historias y vente a tomar un café”. Se fueron a un bar de la plaza y según llegó mi padre a la cafetería le dijo el camarero: “Buenos días señora, ¿qué desea?”, y le contestó Jaime: “Ves. No te reconocen”. En ese momento se lo creyó y lo hizo.
Tras este extenso repaso por la filmografía de López Vázquez ¿Qué conclusiones sacas de su carrera profesional?¿Qué es lo que más te ha impactado?
Yo creo que su capacidad de enfrentar el trabajo. Hacía lo que le pusieran por delante y le daban igual ocho que ochenta. Yo le propuse hacer un documental en vida, pero me dijo que “Bajo ningún concepto. No me muestro a nadie, no me da la gana”. De hecho, cuando le dieron el Goya de Honor e hice el cortito previo de presentación, yo quería que lo hubiera hecho él, pero se negó, y lo hizo Sacristán. Era muy rebelde.