¿Cuánto han cambiado desde su ópera prima?
La filmografía del terruño español cuenta con un nutrido glosario de nombres que al estrenar su primer rollo de 35mm (o su versión digital) cambiaron la forma de hacer y entender el séptimo arte en nuestro país. Distintas generaciones de directores iniciaron su carrera rompiendo moldes, y consiguieron atraer la atención de público y crítica; bien por su originalidad argumental, o por su innovadora narrativa visual (o una mezcla de ambas). Sin embargo: ¿Qué fue de estos cineastas?
En una industria como la cinematográfica, continuar con el oficio ya es decir mucho. De esa remesa de directores que irrumpió como un vendaval en la gran pantalla, hay quienes tuvieron una prolífica carrera, y los que filmaron de manera no tan fecunda. Algunos se quedaron en el camino, mientras que otros se tuvieron que reinventar. Esta inestabilidad ha sido una constante en el cine; con su particularidad en el audiovisual español.
La nueva remesa noventera
Fue a finales de la década de los 80 cuando el país experimentó un auténtico boom de realizadores debutantes. Al calor de la denominada ‘Ley Miró’ (publicada en 1983), el número de óperas primas ocupó un porcentaje nada desdeñable en el cómputo global de los títulos producidos.
Se abría así un frente renovado, repleto de nuevos directores sin parentesco fílmico con sus homólogos más veteranos, ni con sus coetáneos. Les unía la ambición por hacer películas, pero el tipo de cine era diametralmente opuesto entre los que tomaron el relevo profesional; cada uno era de su padre y de su madre.
La mayoría de los cineastas emergentes no procedían de ninguna escuela, y muchos se arrancaron en esto del séptimo arte con pinitos en 8mm. Eran personas que se habían criado con la imagen en todas sus vertientes (cómics, fanzines, TV movies…), lo que derivó irremediablemente en una nueva forma de hacer cine.
De ese maremoto surgieron multitud de nombres cuya trayectoria vino a confirmar lo que prometían con su primera película; aunque ello no significa que estuvieran exentos de los cambios de una caprichosa industria. De ahí la pregunta: ¿Cuánto han cambiado desde su ópera prima?
De la comedia americana al cine negro, Enrique Urbizu
De entre los nuevos aires que ventilaron las salas de cine español, el vasco fue el que sopló primero, y con fuerza. Del territorio euskera surgieron grandes óperas primas que hicieron retumbar el panorama audiovisual español. Sus principales baluartes fueron Juanma Bajo Ulloa, y su cuento para adultos, Alas de mariposa (1991); la poética Vacas (1992), con la que se inició Julio Medem; y Álex de la Iglesia, quien sorprendió con la alocada Acción mutante (1993). Pero, antes de todos ellos estuvo Enrique Urbizu.
Apenas había tenido contacto con la cámara, más allá de rodar algunos cortos financiados por los curas del colegio La Salle donde estudió y sus trabajos como publicista, cuando Urbizu debutó con Tu novia está loca. Este disparatado largometraje, con claras influencias de la comedia americana de los años 30, fue el germen de la cosecha vasca que vendría.
Vodevil de modesta producción y con un reparto coral encabezado por Ana Gracia, Antonio Resines y Santiago Ramos, el filme hizo callo en el cineasta; sin duda tomó buena nota de cómo rodar con muchos actores y de cuidar la puesta en escena. Aunque no tuvo una especial repercusión comercial, Tu novia está loca descubrió a un director concienzudo y extraordinariamente capacitado.
Así lo confirmó con su segundo trabajo: Todo por la pasta. Éste le otorgó cierto éxito, pero no el suficiente como para encontrar la financiación que requerían nuevos proyectos. Ello le obligó a aceptar productos alimenticios, de nuevo en clave de comedia: Cómo ser infeliz y disfrutarlo (1994) y Cuernos de mujer (1994). A pesar de lo hermético del guion de éstas, pudo dejar algunas pinceladas de su marcado estilo y profesionalidad.
Después de rodar la road movie basada en una obra de Arturo Pérez-Reverte, Cachito (1996), pasaron seis años hasta que el público pudiese ver de nuevo una película suya. Así, el runrún de no conseguir dinero inspiró uno de sus mejores trabajos: La caja 507 (2002). Obra imprescindible del cine negro contemporáneo en España, este thriller protagonizado por Antonio Resines y José Coronado obtuvo varios premios, dentro y fuera del país.
Un año después vendría La vida mancha, y en 2011 volvería a obsequiar al espectador con otro thriller: No habrá paz para los malvados. Desde entonces, han sido varias las series que han mantenido al necesario Urbizu apegado a la dirección, en un claro ejemplo de reinvención.
El tránsito a la madurez de Gracia Querejeta
Más homogénea que la de Enrique Urbizu fue la carrera de Gracia Querejeta. Hija del reconocido productor Elías Querejeta, su influencia cinematográfica no venía dada por su exposición a la imagen como al resto de realizadores noventeros. Tampoco por la necesidad de expresarse mediante dicho lenguaje. Le venía de oficio, oficio familiar.
Con su ópera prima, Una estación de paso (1992), la directora madrileña marcó las coordenadas de lo que sería su cine: enfocado al tránsito hacia la madurez, no exenta de experiencias amorosas difíciles; a las relaciones paterno filiales, donde predomina la ausencia del progenitor; a los descubrimientos vitales, a menudo acompañados con viajes al pasado que permiten entender el presente y encarar el futuro… Un cine, al fin y al cabo, de sentimientos y emociones que, terminada la proyección, invitan al espectador a la reflexión.
Con Una estación de paso, la cineasta acalló las habladurías que emponzoñaban su debut por el mero hecho de ser hija de quien era. A través de una complejísima historia en la que el protagonista se separa de su propio relato, y la madeja de incógnitas que lo rodean se desenreda, paradójicamente, a través de un puzle de personajes, Querejeta relata el agónico y obligatorio camino de niño a adulto. La densidad de la trama se diluye en un discurso coherente que conmovió ya no sólo al público, sino también a expertos en la materia, quienes se percataron del estilo propio de la realizadora.
Los fantasmas y revelaciones que abundan en la ópera prima de Querejeta tuvieron su eco en títulos inmediatamente posteriores: El último viaje de Robert Rylands (1996) y Cuando vuelvas a mi lado (1999); también en trabajos que firmó ya en el nuevo siglo: Héctor (2004), Siete mesas de billar francés (2007) y 15 años y un día (2013). Intimista y llena de sensibilidad, la cámara mantiene en plano fijo las pasiones; sin importar el tiempo que haya transcurrido desde Una estación de paso hasta su último filme, Invisibles (2021). Por el camino: una veintena de galardones que no hacen más que confirmar a la promesa.
El prestidigitador Agustín Díaz Yanes
Cumplido el 27º aniversario del estreno de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995), ésta continúa siendo la obra que instintivamente se viene a la cabeza a la hora de hablar de su autor: Agustín Díaz Yanes. El también guionista y novelista mostró desde chico una predilección por las películas de pistolas. La influencia quedó patente en los libretos que escribió: Baton Rouge (Rafael Monleón, 1988) y Demasiado corazón (Eduardo Campoy, 1992).
Su pluma le llevó a estar nominado en varias ocasiones a los Goya, en la categoría de Mejor Guion Original. El cabezón se le resistió entonces. No obstante, ya le llegaría el momento de subirse al atril para recoger, no uno, sino ocho los galardones; los que obtuvo con su ópera prima como director, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, en la décima edición de los premios.
La película, de título interminable, le llevó diez años al director. La espera mereció sin duda la pena, ya que el largometraje abrió las miras y vino a demostrar que el cine negro americano tenía cabida en la industria patria; que los noir filmes de Scorsese y Coppola, y el neorrealismo de Rossellini, podían enraizarse con el realismo autóctono de los años 50 y el realismo crítico del denominado Nuevo Cine Español. ¿El resultado? Una historia de lucha contra la miseria que ahora, transcurridas casi tres décadas desde su proyección en las salas de cine, no ha perdido un ápice de su frescura.
Con respecto al resto de la filmografía del realizador, lo cierto es que la misma no es todo lo abultada que le gustaría a los cinéfilos. Con cuatro películas rodadas tras el estreno de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, el nombre de Agustín Díaz Yanes ocuparía el estante de realizadores menos prolíficos. Aunque ello no resta importancia a su obra.
El cine español como industria, por Alejandro Amenábar
Si hay un director que ha sabido conectar con el público y promover un cine comercial sin por ello renunciar a su personalidad fílmica, ése es Alejandro Amenábar. Capaz de mantener sentado en su butaca al espectador, sin importar que sea mediante un thriller o a través de un drama, este cotizado realizador es el mejor exponente de la generación noventera que renovó el audiovisual español y lo abrió al cine de género.
Desde joven tenía claro que quería estudiar Imagen en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Su ópera prima, Tesis (1996), fue una especie de venganza al docente que le suspendió una de sus asignaturas; un dulce ajuste de cuentas que no sólo atrajo la atención de público objetivo de la película, los jóvenes, sino que se erigió como una pieza de culto universal.
El éxito recayó en su manera de hilar y tensar el suspense en una trama de secuestros y asesinatos a jóvenes estudiantes, destinados a la producción de snuff movies. Esta reflexión sobre la violencia en el cine (y en la televisión), y los límites de lo que se puede mostrar, significó una de las óperas primas más impactantes de la historia de nuestro cine.
Con siete goyas en la vitrina por su Tesis, Amenábar siguió experimentando con el thriller en su segundo trabajo: Abre los ojos (1997). Nítido guiño al Vértigo de Alfred Hitchcock, en esta ocasión el director planteó una película de suspense donde lo onírico se difuminaba con la realidad.
El rechazo a ser encasillado dentro de un género animó al cineasta a contar otro tipo de historias que lo encumbraron internacionalmente: ya fuese mediante el terror psicológico de Los otros (2001); o el clásico contemporáneo basado en la vida de Ramón Sampedro, Mar adentro (2004).
Después vendrían otras superproducciones con las que Amenábar mantendría su sello inconfundible. Y es que como indicó el propio director en una entrevista a FlixOlé: “Mi carrera ha sido una búsqueda de esa conexión con los espectadores, pero a la vez una libertad creativa y un planteamiento moral que no significa hacer lo que sea con tal de tener enganchado al público”.