Sumérgete en los mejores Thrillers Políticos de la mano de FlixOlé

En FlixOlé, te presentamos una selección de 5 películas, tanto nacionales como internacionales, esenciales para explorar a fondo los entresijos y secretos del poder

Hay que matar a B en la colección Thriller Político

Iris Domenech

“Ocurrirá de este modo. Usted irá paseando. Tal vez, el primer día soleado de primavera. Un coche se detendrá junto a usted, se abrirá la puerta y, alguien que usted conozca, en quien incluso confíe, saldrá del coche. Le sonreirá, con una agradable sonrisa, pero dejará abierta la puerta del coche y se ofrecerá a llevarle”.

De esto se trata: de corrupción, abuso de poder, conspiraciones y secretos de Estado. Con esta cita de Los tres días del Cóndor, se evidencia a la perfección que el thriller político juega precisamente con esa inquietud de sospechar que la realidad podría ser tan turbia como la ficción y que somos marionetas que no son conscientes de toda la verdad. 

Al pensar en  thriller político, suele venirnos a la mente la imagen de Estados Unidos en los años 70, quizá con el rostro de Robert Redford. Sin embargo, ya en la década de los 60 empezaban a percibirse las primeras señales de la desconfianza que estaba por consolidarse. Y, lejos de diluirse, esa sospecha hacia el poder sigue plenamente vigente en la actualidad.

Ahora, tras sumar al catálogo clásicos como El cazador, Serpico o Los tres días del cóndor, FlixOlé presenta una colección dedicada íntegramente al thriller político. Y para celebrarlo, te ofrecemos un Top 5 de títulos imprescindibles que no te puedes perder.

Los atracadores (Francisco Rovira Beleta, 1962)

Aunque la política no ocupa el foco central de Los atracadores, su presencia es innegable en el trasfondo social que retrata: la falta de oportunidades, la criminalidad incubada por el propio sistema y la cruda representación de la pena de muerte. La adaptación de la novela de Tomás Salvador ofrece una mirada clara a los suburbios de Barcelona a través de tres jóvenes de, aparentemente, mundos distintos: un trabajador de una fábrica y futbolista amateur (Manuel Gil), un marginado rechazado por su entorno con atracción por la violencia (Julián Mateos) y un estudiante de Derecho perteneciente a una familia acomodada (Pierre Brice). Cada uno de ellos con sus diferentes comportamientos, visiones y aspiraciones, pero unidos por un asfixiante lazo común, un profundo descontento por sus vidas y un nihilismo cada vez más interiorizado.

La clave de cómo esta obra logró superar la censura franquista parece ser su dualidad. La adopción de un enfoque íntimo que humaniza a los delincuentes y los presenta como víctimas de sus circunstancias sociales, solo se podía permitir porque el film también mostraba las inevitables consecuencias de infringir la ley. Además, esta estrategia de presentar su caída en desgracia y su destino final ante la pena de muerte sirvió, en cierto modo, como advertencia, pero también como crítica.

Rififi en la Ciudad (Jesús Franco, 1963)

Basada en la novela premiada de Charles Exbrayat, Rififí en la ciudad debía transcurrir en Barcelona, pero la censura obligó a situarla en un país sin nombre, lo que terminó por conferirle un ambiente deliberadamente indefinido. Jess Franco, más conocido por su cine de explotación, se adentró aquí en el policíaco influido por el polar francés y el cine negro, reuniendo a un reparto internacional en una trama de intriga política y narcotráfico. Cabe destacar que podría considerarse una carta de admiración al cine de Orson Welles, con quien el director colaboraría más tarde.

El punto de partida es el asesinato de Juan, un informante que poseía pruebas incriminatorias contra el político y narcotraficante Maurice Leprince (Jean Servais). Este crimen desencadena una serie de violentas represalias. Una metódica campaña de venganza comienza a eliminar a los involucrados en la conspiración, afectando tanto a mafiosos como a agentes de policía corruptos. Que se va siguiendo mediante la investigación de la que está a cargo el inspector Miguel Mora (Fernando Fernán Gómez), quien se acerca peligrosamente a la cúpula de la corrupción política mientras desenmascara esta compleja red de engaños y traiciones.

Hay que matar a B (Jose Luis Borau, 1974)

Tras nueve años de desarrollo y numerosos cortes por parte de la censura, Borau consiguió estrenar Hay que matar a B, un neo-noir conspiranoico coescrito con su alumno Antonio Drove, que obtuvo el Premio a la Mejor Película y Mejor Guión del Círculo de Escritores Cinematográficos. La historia comienza con un inmigrante húngaro (Darren McGavin) que intenta ganarse la vida en un país hispanoamericano como transportista, pero una huelga general lo empuja a aceptar el papel de esquirol, desencadenando una cadena de consecuencias que transforma la aparente road movie en cine negro para culminar, de forma inesperada, en un thriller político conspiranoico.

Con un reparto internacional encabezado por Stéphane Audran, Patricia Neal, Burgess Meredith y Pedro Díez del Corral, la película fue juzgada como “poco española”, pero la crítica la reivindicó. La combinación de géneros, la atmósfera de conspiración y su cuidada ejecución estilística contribuyeron a que la película se consolidara como una de las obras más importantes del director, junto con su posterior Furtivos. 

Los tres días del Cóndor (Sydney Pollack, 1975)

Los tres días del Cóndor, dirigida por Sydney Pollack y basada en la novela Six Days of the Condor, celebrará en breve el 50 aniversario de su estreno en España. En ella, Robert Redford interpreta a un modesto agente de la CIA, una especie de “rata de biblioteca”, que se topa con una masacre en su oficina: todos sus compañeros han sido asesinados. En ese instante, la paranoia comienza a apoderarse de él, obligándolo a huir para salvar su vida. Una huida, un rapto, una búsqueda incesante para encontrar el por qué. Aunque busca consuelo y ayuda en sus superiores, las cosas no salen como esperaba. Ya no se sabe en quién confiar y la paranoia pronto se convierte en una aterradora realidad.

Un agobiante thriller a lo Hitchcock que cuenta con Fay Dunaway y Max Von Sidow. Estrenada poco después del escándalo Watergate, la película se convirtió en un símbolo del cine de desconfianza institucional propio de los años 70. Pollack aporta un enfoque realista que bebe tanto del cine de espionaje como del thriller político, subrayando el malestar social ante los abusos de los organismos gubernamentales. Además, su vigencia se mantiene intacta: las preguntas sobre vigilancia, manipulación informativa y operaciones clandestinas siguen siendo inquietantemente actuales.

La caja 507 (Enrique Urbizu, 2002)

La caja 507, se ha consolidado como una de las películas más representativas del cine negro español gracias a su retrato de la corrupción institucional y su reflexión sobre la ambigüedad moral del poder. Dirigida por Enrique Urbizu, la cinta articula un thriller de venganza que expone un sistema donde lo legal y lo criminal se entrelazan hasta volverse indistinguibles, mostrando un país atrapado en sus propias sombras.

La historia sigue a Modesto Pardo (Antonio Resines), director de un banco de la Costa del Sol. Tras un violento atraco, el hallazgo de unos documentos en la caja 507 revela que el incendio en el que murió su hija fue provocado, lo que le empuja a adentrarse en una red de corrupción encabezada por Rafael Mazas (José Coronado), un exjefe de policía decidido a recuperar ese material comprometedor para evitar su caída. El guion de Urbizu y Michel Gaztambide, inspirado en hechos publicados por la prensa de la época, anticipa incluso escándalos posteriores como el caso Malaya al reflejar el auge de la corrupción política e inmobiliaria en la Costa del Sol.

El filme destaca asimismo por la compleja evolución moral de su protagonista. Resines, habitualmente vinculado a la comedia, construye aquí un personaje que se va endureciendo hasta adoptar rasgos propios del antihéroe clásico, dispuesto a recurrir a la extorsión y la violencia en su búsqueda de justicia. Esta transformación contrasta con la trayectoria de Mazas, cuya máscara de poder se resquebraja a medida que avanza la trama, revelando su creciente vulnerabilidad. Urbizu logra así un potente juego de espejos que ilustra cómo un sistema corrupto puede deformar tanto a quienes lo combaten como a quienes lo sostienen.

...Y si te has quedado con ganas de más