
5 películas imprescindibles de José Sazatornil
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Roberto Morato
“Hola, soy Jesús Franco y hago películas”. Citando una inmortal frase de John Ford sobre su condición de realizador de westerns, Jess Franco hizo del rodar algo más que una profesión, una filosofía de vida. El cineasta valenciano tenía en el norteamericano uno de sus grandes referentes. No solo por ser uno de los grandes maestros de la historia sino por su condición estajanovista. Ford rodó más de 200 películas. De Franco directamente se desconoce el número de producciones pero no palidece ante el norteamericano. La vida en el plató de rodaje y el cine como identidad.
Nacido en una familia acomodada y de intelectuales de Málaga de raíces inmigrantes. Desde muy joven se convierte en un temprano talento musical en las teclas del piano. Sus recitales de jazz se hicieron muy populares no solo en su provincia sino en el resto de España e incluso en Europa. Una vez terminado el Conservatorio, emprende sus estudios de cine en el Instituto de Investigaciones y Experiencias cinematográficas de Madrid. Su adoración por el cine queda patente para compañeros y profesores que le acogen pronto en su seno. Aquí es donde empieza comienza un habitual en la vida de Jess Franco y es su doble vertiente entre mito y realidad.
Se sabe a ciencia cierta que previamente a sus estudios de cine, acaba Derecho en Madrid y sabemos que en algún momento se desplaza a Francia. Allí es donde realmente se aficiona al cine a través de ser un asiduo de la filmoteca. Se supone que empieza sus primeros pinitos en la industria siendo compositor cinematográfico. Es Juan Antonio Bardem el que le convence que su lugar en el cine está detrás de la silla de director. En este período de tiempo conoce a cineastas de la talla de Berlanga o León Klimovsky para los que trabaja en distintas posiciones.
Este bagaje previo le condujo a poder rodar su primera película, “Tenemos 18 años”. Una comedia con tintes fantásticos protagonizada por Terele Pávez y que sería apadrinada por el propio Berlanga. Un par de años después, rodaría uno de los grandes hitos de un primigenio cine de terror español con Gritos en la noche. De inspiración impresionista, presentó en sociedad al personaje del Dr. Orloff, al que volvería en múltiples ocasiones durante décadas posteriores. La rareza e inconformismo de esta propuesta dentro del cine español de la época levanta sospechas dentro del régimen y pasa a convertirse en un elemento incómodo. La propia Iglesia católica lo incluye en una lista de individuos peligrosos junto a Luis Buñuel. Su carácter radical le obliga a exiliarse de España y mudarse a París durante varias temporadas.
Su naturaleza abierta y su condición de expatriado cultural jugaron a su favor para poder establecer relaciones con productores extranjeros. Francia, Alemania, Suiza e incluso Estados Unidos se convierten en refugios de sus rodajes. En muchas ocasiones la coproducción se convierte en norma para sus películas con distintas versiones para cada largometraje. Por supuesto, la represión en España le siguió persiguiendo y la censura se cebó especialmente con algunos de sus largometrajes. Cuando Jess Franco rueda en 1973, Las vampiras, expatriado de España, la censura la califica como “típico producto de su director. Hecho de sexo y terror donde el segundo resulta tan fallido como el primero”. Lo tenían calado. Por supuesto, la película llegaría censuradísima a España.
A pesar de su relación previa con Orson Welles, es durante estos años cuando conoce a la que iba a ser una de las personas de su vida. Lina Romay, fue el nombre artístico de la barcelonesa Rosa María Almirall. Un espíritu libre igual que Franco que se casó a los 18 años para poder huir de su ciudad natal. Fue su primer marido el que le introdujo en el mundo del cine y a través del cual empezó a hacer pequeñas colaboraciones con el cineasta. Primero como actriz y después como cómplice absoluta. Es precisamente durante los 70 cuando el cine de Franco se abre hacia lo decididamente erótico y pornográfico. Siempre con la misma actitud y filosofía que cuando abordó otros géneros, la búsqueda de la libertad creativa. La independencia por encima de todo. Y por supuesto el seguir rodando como manera de vida.
En la vida y la carrera de Jess Franco se hace complicado diferenciar entre la realidad y la leyenda que él mismo creó. Algo que por supuesto afectó a la propia Lina Romay. Convertida en mito erótico por la cámara de su pareja gracias a películas como La condesa negra o Linda, su relación pasaría a convertirse en algo simbiótico. Es imposible explicar las últimas décadas de trabajo y filmografía del cineasta valenciano sin entender el apoyo y la compenetración que tenía con Romay. Hasta el punto que la propia Lina firmaría algunas películas de tintes eróticos bajo diferentes pseudónimos. Un hecho que en realidad tenía truco. Ella nunca dirigió realmente esas películas y fue pura cuestión de crédito y credibilidad para que Franco pudiera seguir practicando otros géneros sin el demérito social de haber rodado cine para adultos. Sin embargo, considerar muchas de estas obras desde la individualidad y no como parte de un proceso colaborativo sería un error. Una entente que se mantuvo hasta la muerte de Lina en 2012 a los 57 años de edad.
Resiliencia, supervivencia y reinvención. Tres palabras claves para entender el porqué de la longeva de Jesús Franco y de su vigencia hasta nuestros días. Una mentalidad e identidad que le permitieron sobrevivir a las transformaciones cinematográficas, culturales e incluso a las tecnológicas. Ya en los 90, su condición de cineasta de culto entre una nueva generación le permite rodar Killer Barbies. Película apadrinada por el sello indie musical por excelencia de la época, Subterfuge, y cuyo reclamo era precisamente la dirección del propio Franco. La marca Jess Franco ya es un hecho. Cineastas de todo el mundo empiezan a sumarse a la reivindicación de alguien considerado como un francotirador y con una carrera única.
La gran broma final se produjo en el año 2009 cuando la Academia de Cine le galardonó con el Goya de Honor. Él que siempre se había reído y presumido de la imposibilidad que se le fuese a conceder un premio acabó siendo reconocido por la cultura oficial. Acompañado de Lina Romay, reconoció que pese a que nunca había buscado premios se encontraba realmente emocionado por recoger la estatuilla. Reivindicando hasta el final el cine como un oficio y un mercadillo de tramoyistas. El galardón no cambió su forma de vivir ni de sentir el cine. Siguió rodando hasta el final de sus vidas a pesar de la pérdida de su inseparable Lina Romay. Rodó 5 películas más, protagonizó documentales y le dio tiempo a levantar la saga de Al Pereira junto a su inseparable Antonio Mayans. No había tiempo que perder. La cámara no espera a nadie.
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