Las sombras de Viena en ‘El tercer hombre’

Llega a FlixOlé El tercer hombre, una de las grandes obras maestras del cine británico

Orson Welles en 'El tercer hombre'

¿Qué fue de la vieja y esplendorosa Viena, de aquella metrópolis del Imperio y cuna de Strauss, Zweig o Klimt? Con emperadores, archiduques y artistas ya caídos, la capital de la música era, tras la segunda Guerra Mundial, una ciudad que llevaba la ruina por vestido y un hedor a decadencia y podredumbre que solo el paso del tiempo podía ir disimulando. Y de ese escenario, parecido al de Berlín -además, ambas ciudades estaban controladas por las potencias vencedoras- solo podía brotar decrepitud moral y negocios sucios. Años oscuros en Europa que tan bien fueron reflejados en el cine de la época.

De la capital alemana tenemos como ejemplo cinematográfico la grandiosa obra de Rossellini y joya neorrealista Alemania, año cero (1948), una película que retrata, con gran dureza, la batalla moral perdida y el sentimiento de culpa de la sociedad alemana tras la caída del nazismo.

Por su parte, de Viena nacería un nuevo milagro del séptimo arte tan solo un año después con El tercer hombre, una película de factoría británica cuyos principales responsables fueron dos de las mentes más brillantes de las Islas, cada una en su campo: el cineasta Carol Reed y el escritor Graham Greene. En este caso, las consecuencias de la guerra aparecen, como una sombra afilada y constante, alrededor de una trama que incluye una muerte misteriosa, una amistad peligrosa, un amor imposible.

Un telón de fondo de influencia neorrealista; ángulos de cámara y juegos de sombras propios del expresionismo alemán y una trama y personajes que bebían del mejor cine negro americano.

¿Quién era de verdad Harry Lane?

El tercer hombre está considerada como obra maestra por varias razones, y las que más pesan son su guion y cuatro actores principales. La historia comienza con Joseph Cotten -años atrás había deslumbrado en Ciudadano Kane– dando vida a Holly Martins, un escritor mediocre que busca amparo en Viena porque su amigo de la infancia Harry Lane (Orson Welles) le ha prometido un empleo. Sin embargo, a su llegada recibe la noticia de que Lane acaba de morir en un atropello. Martins, tras preguntar a sus allegados y a la policía, recibe versiones encontradas sobre la muerte, y empezará a sospechar que el fallecimiento no ha sido fortuito… Mientras tanto, su única ayuda en la ciudad será Anna (Alida Valli), amante del fallecido. 

El caso es que “¡todos estaban allí!”, como comenta un incrédulo Holly Martins cuando va conociendo las versiones sobre el momento del atropello. El doctor de Lane, dos de sus amigos, el chófer (que, casualmente, es quien le atropella)… Solo allegados en la escena mortal y ningún otro testigo salvo el misterioso “tercer hombre”. Todo apunta a un asesinato, pero la policía tampoco ayuda; el sargento Calloway (interpretado por un gran Trevor Howard) se desentiende alegando que Harry Lane era un delincuente y no merece su tiempo. Y, poco a poco, tanto el protagonista como nosotros seremos conscientes del lado oscuro del fallecido. ¿Pero seguro que ha sido así?

El tercer hombre, de Carol Reed

Una escena que es historia del cine

Intentaremos huir de los spoilers sobre El tercer hombre, salvo una escena que corresponde a uno de los grandes momentos de la historia del cine y condensa el espíritu de la película; el momento que todos estábamos esperando: la mágica, y casi inédita en el cine, aparición en escena de Orson Welles.

Recordemos que Holly Martins buscaba respuestas sobre Harry Lane, pero tras una terrorífica confesión de Calloway sobre su amigo, decide volver a Estados Unidos. No sin antes emborracharse, no sin antes visitar por última vez a Anna, a quien dirige una confesión para la posteridad: “ya sabe que yo solo soy un pésimo escritor que bebe demasiado y se enamora de chicas como usted”.

Y ya en las gélidas calles de Viena, frente al portal de Anna, ese mediocre escritor borracho y fracasado vislumbra unos zapatos que le espían, distinguiéndose de entre las sombras de la noche. “Es usted un espía muy cobarde: ¡salga a la luz para que se le vea la cara!”, chilla Martins. Del escándalo, una señora enciende la luz desde el ventanal de su casa y eso ilumina el rostro que hay en la otra cara de la calle, el que acompañaba a esos zapatos: es el mismísimo Harry Lane, vivo, y con una sonrisa burlona y desafiante. Orson Welles en la presentación más brillante de un personaje dentro de una película. Acompañada, cómo no, de la mítica melodía de la película, obra de Anton Karas.

El engranaje perfecto

Si El tercer hombre ya estaba siendo una película formidable, con la aparición del personaje de Orson Welles la trama se eleva a cotas irrepetibles. La escena en la noria vienesa entre Martins y Lane; la despedida en la estación de tren entre el protagonista y Anna; ese magnífico final de persecución en las cloacas de la ciudad…

Todo perfectamente orquestado gracias a la pluma de Graham Greene y los dilemas morales que crea en sus personajes; redondeado por la dirección de Carol Reed y su capacidad para transmitir con la planificación y la imagen; la personalidad de Orson Welles y su fundamental aportación al personaje de Harry Lane; el carisma y la solvencia de Joseph Cotten y, no menos importante, el contrapunto que supone Adila Valli en la piel de Anna. ¿Y qué decir de la fotografía expresionista de Robert Krasker

Definitivamente, hay que ver y disfrutar películas como El tercer hombre o Alemania, año ceroComo dice José Luis Garcí, son obras que no se van a volver a repetir: ya no se podrá rodar sobre las ruinas de Viena o el Berlín de la época, captar un contexto terrorífico y, a partir del mismo, contar historias que quedarán guardadas para siempre.

...Y si te has quedado con ganas de más