
FlixOlé estrena ‘Un Franco, 14 pesetas’, la ópera prima de Carlos Iglesias
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El 9 de septiembre de 1975, León Herrera, el ministro de Información y Turismo, aprueba unas nuevas leyes de censura donde se autoriza el desnudo “siempre que sea por exigencia del guión”. Dos meses más tarde, muere Franco. Empieza el Destape. Un término acuñado por el periodista catalán Ángel Casas y que se extendió por todas las ramas posibles de la cultura. Televisión, prensa, teatro y por supuesto, cine. El mismo año que fallece Franco, dos musas del Destape como Bárbara Rey y Agata Lys aparecen en la Gala de Nochevieja de TVE. Una catarsis de expresión sexual y liberación tras décadas de represión.
La comedia como es habitual en la historia del cine español sirvió para romper tabúes. Un cine que nace de la necesidad de adaptarse a las demandas de un público ansioso de romper con la tradición precedente. Como dijo el propio Mariano Ozores, la única diferencia es que ahora tenían que sacar a señoritas desnudas, pero su oficio siempre fue el de hacer reír. Se entiende como el comienzo del Destape, el estreno en 1976 de La trastienda de Jorge Grau. Su protagonista María José Cantudo protagonizaba un famoso desnudo integral. La película fue un éxito de taquilla ya que mezclaba tres temas vetados hasta ahora: religión, sexo y política.
Un cine que a pesar de su buena acogida popular nació entre polémica; y aún a día de hoy, recibe acaloradas discusiones entre algunas de sus protagonistas. Porque si por algo se distinguió el cine del destape fue por crear su particular star system. Una pléyade de artistas – femeninas, por supuesto- que gracias a mostrar sus encantos en pantalla se convirtieron en estrellas de la noche a la mañana. Nombres como Ágata Lys, Silvia Tortosa, Susana Estrada, Victoria Vera, Teresa Gimpera o Nadiuska son abanderadas de este primer cine nacido de la Transición.
Su relación con él va desde la compresión, hasta la reivindicación de un cine necesario para dar salida a los instintos sexuales de la población hasta convertirse en un juguete roto de las maquinarias ocultas de la industria como fue el caso de Nadiuska. Numerosos intelectuales de la época, como Francisco Umbral, intentaron apropiarse del movimiento para vindicarlo desde un punto de vista social; mientras que distintos colectivos feministas de la época protestaron enérgicamente ante lo que veían que era una obvia explotación del cuerpo de la mujer.
Diferenciar el Cine S y el cine del Destape es tarea harto complicada. La calificación S es una excepción a nivel mundial y se creó para impedir la penetración del cine pornográfico en nuestras fronteras. El tratamiento más explícito del sexo, y un menor sentido del humor con respecto a las comedias del Destape, podrían ser sus mayores rasgos distintivos. El crítico José Luis Guarner calificó el Cine S como “una de las manifestaciones más camp de nuestra bendita democracia”. El 27 de enero de 1978, se estrenó en Madrid la primera película española calificada como S, Carne Apaleada de Javier Aguirre. Hasta 1983, fecha del estreno del último largometraje calificado como S en nuestro país, hasta un total de 130 títulos recibirán esta calificación.
Dentro del cine S y de su producción destacarían dos nombres clave: Jesús Franco e Ignacio F. Iquino. Dos veteranos realizadores que se subieron al carro de la nueva calificación para hinchar sus filmografías y rodar un buen puñado de títulos al más puro estilo explotación. Lina Romay, actriz fetiche de Jesús Franco y pareja del cineasta, declaraba a razón de Macumba sexual, una de las cumbres del Clasificado S, que ella “sólo se vestía cuando lo exigía el guión”. Una declaración de intenciones sobre el verdadero espíritu de aquellas producciones.
Era bastante habitual que títulos de carácter más erótico y explícitos se mezclasen con títulos más enfocados hacia el cine de género, donde la presencia de desnudos se presentaba como el gran reclamo. No era raro ver a Franco combinar exploits del gran éxito del cine erótico del momento (Las orgías inconfesables de Emmanuelle) con películas que se alineaban con su vertiente sadoerótica (Botas negras, látigo de cuero) o ver a un experimentado cineasta de fantaterror como Carlos Aured saltar a la S en La frígida y la viciosa.
A pesar de abarcar casi el 30 por ciento de la producción del cine español en los años que estuvo vigente, la llegada del circuito de salas clasificadas X, la baja calidad de las películas, la consolidación del cine en formato doméstico y la aparición de la Ley Miró acabaron relegando al cine erótico a un papel residual dentro de nuestra cinematografía. Pese a ello y precisamente por formar parte de nuestra historia, es interesante rescatar este fenómeno por lo que supuso a nivel cultural e industrial.
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