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Inicio » Especiales » ESPECIAL CIENCIA FICCIÓN CINE ESPAÑOL » El caballero del dragón, la apuesta más arriesgada de la ciencia ficción española
Javier Higueras
Después de llevarse a Resines a Nueva York para aprender inglés y adaptarse al estilo de vida americano (el argumento de la fresca, divertida y semi-improvisada La línea del cielo), Fernando Colomo se llevó ¡a la Edad Media! a los popularisimos (y un tanto desequilibrados) Harvey Keitel y Klaus Kinski; junto a ellos, un coloso del cine español como Fernando Rey y actores de nivel como Julieta Serrano, José Vivó o Josep María Pou, además de la debutante María Lamor. Y del más allá, del futuro, venía un extraterrestre llamado Miguel Bosé, agente extraño y personaje fundamental en esta aventura medieval-futurista, experimental y, a ratos delirante, El caballero del dragón.
Una ambiciosa cinta que se aupó como la mayor inversión del cine español hasta la fecha (el gasto superó los 300 millones de pesetas) y que, a pesar de ser la séptima película española más taquillera del año, generó pérdidas económicas que arruinaron a Colomo. La crítica tampoco fue benevolente, lo que ahondó en la consideración de esta obra como fallida. Un fracaso. Sin embargo, 40 años después de su estreno, el cariño ha ido ganando terreno a la animadversión para los fans de la ciencia-ficción subterránea e incluso para el propio Fernando Colomo, quien estuvo años tratando de olvidar la experiencia. Aprovechando la efeméride, y dado que se trata de una apuesta interesantísima e inédita en la España de los 80, FlixOlé recupera El caballero del dragón.
En El caballero del dragón, Ix, el personaje de Bosé, tripula una nave extraterrestre que acaba en una villa medieval llamada Ruk. Sus habitantes creen que la nave es un enorme dragón que quiere acabar con sus cosechas y sus animales, por lo que amenazan con no pagar los diezmos al Conde (José Vivó). Éste, nervioso, pide consejo a sus tres hombres de confianza: la autoridad religiosa Fray Lupo (Fernando Rey), el jefe de guardia y aspirante a caballero Klever (Harvey Keitel), y Boetius (Klaus Kinski), un misterioso mago del que todos desconfían salvo el Conde.
Sin embargo ese extraterrestre, del que aún nadie tiene constancia, se desvía de su misión – investigar y tomar muestras de vida para su planeta– porque acaba prendado de la hija del Conde, la princesa Alba (María Lamor). Tras hacerla prisionera, ella también se enamora de él, y así comienzan a ser amantes bandidos en un entorno lleno de impedimentos. Una revisión del mito de Sant Jordi (Colomo confesó que partió de esta idea) con espadas, brujería y vida alienígena. Lo que en esta época era más novedoso era la abundante pulsión cómica en una cinta de estas características. Y es que uno de los grandes paladines de la “comedia madrileña”, Fernando Colomo, fue guiando la historia, y sus personajes, hacia su terreno favorito.
Está claro que una de las razones del fracaso de El caballero del dragón responde a que el tono de la película no superó el filtro de los que esperaban una cinta de ciencia ficción trepidante y “canónica”, pero… ¿Y si analizamos la película bajo el prisma de la comedia? Ver a Harvey Keitel (después de Taxi Driver o Malas calles) como un caballero torpón y enamoradizo; a Fernando Rey de villano conspirador en nombre de la iglesia; a un maravilloso José Vivó como conde desquiciado que toma decisiones absurdas; a Miguel Bosé sin ninguna línea de diálogo; a Josep María Pou de Caballero Verde que podría funcionar como secundario en Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores…
“Sólo Miguel Bosé hizo buenas migas con Kinski, pero esto para los que conocemos a Miguel no era de extrañar dada su extraordinaria habilidad para tratar con los animales, heredada sin duda de su padre, el legendario diestro Luis Miguel Dominguín” (Fernando Colomo en El País, 1991).
El día del fallecimiento de Klaus Kinski, El País pidió a Colomo hacer su obituario, ya que habían trabajado juntos para la película que nos ocupa. El cineasta se negó porque no podía escribir nada bueno de él, pero desde el periódico le insistieron para que lo hiciera. Fue entonces cuando se publicó uno de los obituarios más faltones y honestos que se recuerdan. La frase anterior solo es un pequeño ejemplo de lo que tuvo que ser el rodaje de El caballero del dragón, con Kinski despreciando a todo el equipo (salvo Miguel Bosé y Harvey Keitel) y reiterando que aquello que estaban rodando “era una mierda”.
Numerosos accidentes, como la rotura de costillas de Fernando Rey (provocada, cómo no, por el actor polaco, aunque de forma involuntaria) o el casi ahogamiento de un extra presagiaban que El caballero del dragón no iba a ser precisamente un éxito. Ni siquiera unos efectos especiales inéditos en la España de entonces, obra del laureado Reyes Abades, ni la fotografía de José Luis Alcaine mitigaron la fiereza de la crítica ante una obra por la que pesaban, como una losa, tanto su coste como su reparto internacional.
Después de tal revés, muchos cineastas se habrían apartado del oficio. Colomo, prácticamente arruinado, decidió apostar nuevamente por la comedia urbana y le salió bien: en quince días escribió La vida alegre con un resultado fantástico y un reparto de garantías encabezado por Verónica Forqué, Antonio Resines y Miguel Rellán. La redención de un director que tiene una de las filmografías más reconocibles y longevas de nuestro cine, y que hoy recuerda con cariño este desafío que estuvo cerca de costarle la carrera.
No obstante, desde FlixOlé os animamos a descubrir o revisitar El caballero del dragón. Con sus imperfecciones y sus extravagancias, una película divertida y estimulante. Un proyecto ambicioso de una España en la que era impensable que surgiera una cinta de ciencia ficción de estas características.
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