Uno de los momentos más fascinantes, y más desconocidos, del cine español es el cine negro que empezó a producirse en nuestro país en los años cincuenta. Pese a lo raro que podría parecer, en aquella época el espectador medio estaba acostumbrado a las películas policiacas que se estrenaban en nuestro país y que iban ganando cada vez más admiradores, como lo demuestra el que los kioskos empezasen a llenarse de novelas populares, también de serie negra. Era normal que en algún momento los productores pusiesen sus ojos en este género.
Las primeras películas se rodaron en Barcelona, con producciones baratas, lo que obligó a los autores a tener que filmar en escenarios naturales para abaratar costes, consiguiendo a cambio una gran sensación de veracidad. Entre esas películas pioneras destacan Apartado de correos 1001 (Julio Salvador, 1950) y Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950). A mediados de los 50 el género policíaco era muy popular (casi un tercio de las películas producidas en España durante el año 55 eran policíacas) y ese realismo con el que se rodaban, ese ‘esto que van a ver puede ocurrir en su ciudad’, se convirtió en un rasgo distintivo del cine negro español frente al de otros países.
A partir de aquí se inicia un ciclo de películas que cada vez fueron ganando en acción, en violencia, en tramas sibilinas, mostrando algunos temas entonces tabús, como la corrupción policial o la resistencia al franquismo. Aun así, frente a la ambigüedad moral de otros cines, el español se preocupaba mucho por dejar claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos (y que estos últimos recibieran su merecido castigo). Muchas de estas películas nada tienen que envidiar al cine negro americano o al noir francés, y se cuentan entre las mejores películas de nuestro cine, como El ojo de cristal (Antonio Santillán, 1956), una mezcla perfecta entre el cine de Welles y el de Hitchcock; Distrito quinto (Julio Coll, 1957), la caleidoscópica historia de un atraco fallido; Los atracadores (Francisco Rovira Beleta, 1961), un extraordinario drama moral sobre el desarraigo de la juventud; Los culpables (Julio Coll, 1962), una enrevesada trama digna de la mejor Agatha Christie; o La muerte silba un blues (Jesús Franco, 1964), en la que el director consigue que el puerto de Vigo parezca los muelles de Nueva York.
Y junto a ellas, FlixOlé presenta tres clásicos indiscutibles: El expreso de Andalucía (Francisco Rovira Beleta, 1956), una historia del robo de un vagón de tren repleto de joyas basada en hechos reales que conmocionó a la sociedad de los años veinte, contada a medio camino entre el neorrealismo y el cine negro de la RKO; El cebo (Ladislao Vajda, 1958), una coproducción hispano suiza y uno de los clásicos incontestables del cine europeo, una película sobre la naturaleza del mal y su lucha contra la inocencia en un lugar idílico donde todo parece ser maravilloso; y A tiro limpio (Francisco Pérez-Dolz, 1963), una película repleta de acción, violencia y persecuciones, donde tanto los criminales como la policía tienen segundas intenciones. Una de las películas más vertiginosas y arriesgadas del cine español de todas las épocas.
Estas películas, y muchas más, hechas a veces con poco presupuesto y de espaldas a la industria, se nos parece hoy como el cine más espectacular, más vivo, más actual de todo cuanto se hizo bajo el franquismo. Gracias a FlixOlé hoy podemos descubrirlo, reivindicarlo y ponerlo en el lugar que se merece, siempre en versiones digitalizadas, con la mejor calidad de imagen y sonido.
FlixOlé está disponible en Smart TV, tabletas y teléfonos IOS y Android, Amazon Fire TV o a través del ordenador, además la película se puede descargar para verla sin conexión a internet en cualquier dispositivo móvil.
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